A pesar de ser una época de cambios fundamentales, la Prehistoria Reciente de la península ibérica es una de las grandes desconocidas entre el gran público interesado en la historia. Los hallazgos arqueológicos de la época plantean debates apasionantes: ¿cómo nacieron las desigualdades sociales? ¿hubo estados en el Calcolítico?
La aparición y consolidación de una economía especializada, una sociedad dividida en clases y una política fuertemente jerarquizada a partir de grupos prehistóricos comunalistas es un proceso histórico que ha sucedido de forma independiente en distintas partes del mundo. Uno de esos lugares ha sido la península ibérica durante la Prehistoria Reciente, los tradicionales Neolítico, Calcolítico y Edad del Bronce. La arqueología de poblados como Los Millares o Valencina de la Concepción, de tumbas monumentales como La Pastora o Matarrubilla y de artefactos como armas de cobre o adornos de cáscara de huevo de avestruz africano, de ámbar siciliano o de marfil africano y asiático, entre otros, es la herramienta que nos permite desentrañar los cambios en las prácticas económicas, las relaciones sociales y la organización política de esa gran transformación.
La Prehistoria Reciente: la gran olvidada
En cuanto a divulgación histórica se refiere, la Prehistoria Reciente peninsular es sin duda la hermana pobre tanto del Paleolítico de Atapuerca y Altamira como de la Protohistoria de los pueblos prerromanos. Todo el mundo conoce la importancia evolutiva del yacimiento burgalés o la historia del descubrimiento de la cueva cántabra, así como nombres como la Dama de Elche, la Bicha de Balazote o Numancia forman parte del imaginario colectivo. Pese a ello, la Prehistoria Reciente es el periodo en el que se desarrollaron dos de las grandes transformaciones de la historia de la humanidad. En primer lugar sucedió la llamada revolución neolítica que supuso el paso de una economía depredadora de recolección, caza y pesca a una economía productora fundada en la agricultura y ganadería. Después, aconteció la denominada revolución urbana, la cual implicó la ruptura de una sociedad comunalista de aldeas autónomas y la emergencia de una sociedad estratificada, jerarquizada y explotativa.
Las revoluciones de Childe
El arqueólogo australiano Vere Gordon Childe fue pionero en el estudio social de la Prehistoria. En su obra Man Makes Himself (1936), en castellano Los Orígenes de la Civilización, expone su modelo de la revolución neolítica y la revolución urbana para el Próximo Oriente. Según éste, la neolítica fue el resultado de la adopción de la economía agrícola y generó crecimiento demográfico, sedentarismo y almacenamiento, abriendo un periodo de prosperidad e inventiva que dio lugar a tecnologías como el arado, el carro, el bote de vela, la metalurgia, calendarios precisos, etc. El aumento de la productividad generada por este desarrollo fue el germen de la revolución urbana, la cual consistió en la especialización de oficios –artesanos, escribas, soldados, sacerdotes–, el surgimiento de los conflictos de intereses entre ellos y, finalmente, la aparición del estado, primero como mediador y luego como opresor. El modelo childeano, hoy parcialmente refutado, ha estimulado no obstante a generaciones de arqueólogos debido a su interés por interrelacionar tecnología, economía y sociedad.
Estos dos fenómenos, desarrollo o adopción de la agricultura y eclosión de la sociedad estratificada, si bien no son universales –hasta el siglo xix la mayor parte del globo estaba ocupada por sociedades comunalistas, algunas de las cuales sobreviven todavía hoy–, sí que han sucedido en distintos «focos» como Próximo Oriente, China, Mesoamérica, Andes o África Occidental, desde los que estas prácticas económicas y formas de organización social han ido expandiéndose. Y, si bien hay pocas dudas de que agricultura y ganadería llegaron a la península ibérica desde el exterior, hay que decir que el solar peninsular fue foco autónomo del desarrollo de la metalurgia del cobre y de otras artesanías especializadas, de la aparición de grandes asentamientos amurallados y fosados y de la estructuración de una sociedad dividida entre campesinos y aristócratas. Todo ello lo sabemos gracias a la arqueología de la Prehistoria Reciente.
El descubrimiento de la Edad del Cobre peninsular
La segunda mitad del siglo xix fue la era del apogeo del imperialismo europeo y, como una de sus consecuencias, también la época dorada de los aventureros arqueológicos. En cuanto al Viejo Mundo Layard descubrió y excavó Nínive en Irak, como también hicieron Warren con Jericó en Palestina, Schliemann con Troya y Micenas en Turquía y Grecia o Evans con Knossos en Creta, y todos ellos llenaron museos nacionales e imperiales de esculturas, adornos, utensilios y todo tipo de artefactos. Tratando de emular esta afamada actividad, los ingenieros de minas belgas Louis y Henri Siret tomaron la determinación de hacer lo propio en la Almería donde estaban destinados, por lo que promovieron la búsqueda y excavación de yacimientos arqueológicos, actividad que en su mayor parte ejecutó el obrero almeriense Pedro Flores García. Así se excavaron lugares hoy emblemáticos como el enclave fenicio de Villaricos, el poblado de la Edad del Bronce de El Argar y, también, el poblado calcolítico de Los Millares. Este último es un asentamiento encajado entre dos fuertes desniveles –el valle del Ándarax y la rambla de Huéchar– con su tercer flanco, que se abre hacia una amplia meseta, cerrado por varias murallas. En el interior del recinto, con una superficie de seis hectáreas, se distribuyen abundantes cabañas de planta circular y en su cota más elevada se identifica una posible «ciudadela». Hacia el exterior, ocupando las trece hectáreas restantes de la meseta, se distribuye una necrópolis tumular.
Con el tiempo, se han ido encontrando yacimientos en otros lugares de la península ibérica pertenecientes a un horizonte cronocultural posterior al Neolítico y anterior a la Edad del Bronce cuyas construcciones y artefactos coincidían con las características identificadas en Los Millares, que fue denominado entonces como Eneolítico o Bronce Hispano I y hoy denominamos como Edad del Cobre o Calcolítico: dichas características son asentamientos de cabañas de planta circular protegidas por murallas con bastiones, necrópolis de tumbas con cámara megalítica y techado por falsa cúpula por aproximación de hiladas, ídolos y otros artefactos votivos de caliza, cerámicas con decoración oculada, puntas de flecha de retoque plano, etc. Algunos de estos lugares fueron La Pastora y Matarrubilla (Valencina de la Concepción), El Romeral (Antequera), Vila Nova de São Pedro (Azambuja) o Zambujal (Torres Vedras). Más recientemente, se han identificado asentamientos calcolíticos que a simple vista resultaban escasamente perceptibles pues en vez de monumentales murallas cuentan en cambio con hoyos y grandes fosos excavados en el subsuelo: entre ellos se cuentan La Pijotilla (Almendralejo), Perdigões (Reguengos de Monsaraz), Camino de las Yeseras (San Fernando de Henares) o El Casetón de la Era (Villalba de los Alcores).
Los recintos de fosos
Aunque antes de la década de 1990 se habían identificado grandes zanjas, de varios metros de anchura y profundidad, en algunos yacimientos peninsulares de finales del Neolítico y del Calcolítico, fue la aplicación de distintas técnicas a partir de ese momento lo que nos ha permitido reconocer la entidad de estas espectaculares estructuras. La fotografía aérea consiste en realizar fotos a gran altura con luz oblicua en búsqueda de diferencias en el crecimiento del cereal, pues la presencia de zonas de cereal exuberante es un indicio de que bajo el mismo existen acumulaciones de tierra más húmeda y rica en materia orgánica. Por su parte, algunas técnicas de prospección geofísica permiten detectar las anomalías magnéticas del subsuelo producto de la presencia en el mismo de diferentes estructuras, ya sean construidas –murallas– o excavadas –fosos. Gracias a ambas técnicas hoy conocemos grandes recintos de fosos concéntricos calcolíticos, algunos de los cuales llegan a alcanzar hasta los mil metros de diámetro.
Durante buena parte del siglo xx la arqueología se vio dominada por la necesidad de explicar por qué durante la Prehistoria Reciente existieron de forma coetánea unas culturas europeas «bárbaras» frente unos «civilizados» Egipto y Mesopotamia con reyes y emperadores. En un contexto de auge del nacionalismo y de cuestionamiento sobre la naturaleza de la propia cultura continental se cruzaron distintas interpretaciones, algunas de ellas reivindicativas de una identidad europea de raigambre prehistórica diferenciada de un pretendidamente atemporal despotismo oriental, pero en todo caso el modelo interpretativo hegemónico fue el conocido como Ex Oriente Lux. Esta idea de la «luz oriental» postulaba que todo atisbo de urbanización, arquitectura, artesanía especializada, etc. debían de ser necesariamente invenciones de las «altas culturas» de Próximo Oriente y que habrían llegado a Europa mediante imprecisos mecanismos de transmisión como la difusión o la aculturación. Con estas lentes, por tanto, se interpretaba la muralla de Los Millares como una versión derivada y por tanto posterior de la muralla del poblado egeo de Chalandriani, se entendían las tumbas con cubierta de falsa cúpula de La Pastora, Matarrubilla o El Romeral como versiones locales que trataban de emular a los tholoi micénicos como el colosal Tesoro de Atreo y se pensaba en los ídolos antropomorfos peninsulares como imitaciones de los célebres ídolos cicládicos. De forma similar, la metalurgia de la Edad del Cobre peninsular –punzones, hachas, puñales– era entendida como una tecnología traída por comerciantes orientales.
Sin embargo, a mediados del siglo xx un inesperado desarrollo técnico causó toda una revolución en la arqueología de la Prehistoria Reciente: se desarrolló la técnica de datación absoluta por radiocarbono, el popularmente conocido como «Carbono 14», que nos permite conocer hace cuánto tiempo dejó de incorporar el isótopo radioactivo 14C –es decir, hace cuánto tiempo murió– cualquier materia orgánica recuperada en una excavación como, por ejemplo, carbón vegetal, hueso o concha. La datación absoluta de materiales calcolíticos peninsulares en el iii milenio a. C. demostró no sólo que eran tan antiguos como sus pretendidos prototipos del Mediterráneo Oriental, sino incluso que en algunos casos eran anteriores: por ejemplo, los tholoi peninsulares son un milenio más antiguos que los micénicos. A su vez, la presencia de una vasija horno y de elementos de cobre en el yacimiento neolítico de Cerro Virtud, fechado a comienzos del v milenio a. C., demostró que el sur peninsular fue, junto con Próximo Oriente y los Balcanes, también un foco independiente de invención de la metalurgia. Esto abrió la puerta a reflexionar sobre las causas del desarrollo autónomo del Calcolítico peninsular.
La revolución del Calcolítico ibérico
Hoy sabemos que antes del 3200 a. C. las sociedades neolíticas peninsulares cultivaban sus cereales y apacentaban su ganado siguiendo un modelo de poblamiento semisedentario muy probablemente relacionado con una agricultura de barbecho largo, es decir pequeños grupos despreocupados de la regeneración del suelo y que, tras agotar la fertilidad de una parcela, abandonaban su hábitat para buscar un lugar distinto. Era un modelo agrícola de escasa inversión de trabajo y buen rendimiento pero que exigía contar con un territorio con bajas densidades demográficas, es decir mucho espacio libre. Los recursos para sus herramientas –rocas para molinos, piedras duras para hachas o sílex para cuchillos y elementos de proyectil– eran los más asequible en cada caso así como también la materia prima de la mayoría de sus objetos de adorno y cultuales. Durante el Neolítico Antiguo (milenios vi y v a. C.) la mayor parte de los enterramientos que conocemos fueron inhumados con ajuares sencillos, prueba de la existencia de sociedades igualitarias, pero esto es algo que empezó a cambiar durante el Neolítico Tardío (iv milenio a. C.) con la aparición de tumbas monumentales –los dólmenes– y con la presencia en algunas de ellas de ajuares relativamente más ricos.
Aunque las tumbas monumentales y la presencia de enterramientos ricos sugieren la tímida aparición de algunas desigualdades sociales durante el Neolítico Tardío, no fue una situación que contase con unas bases económicas sólidas pues no tenemos motivos para creer en la superación de la agricultura itinerante y el poblamiento semisedentario a lo largo de la mayor parte de este iv milenio a. C. Es ya a partir del 3200 a. C., el inicio del Calcolítico, cuando el registro arqueológico sí que nos permite identificar de forma clara grandes transformaciones en la demografía, la economía, la sociedad y la política.
En lo referente a la población, puede hablarse de un auténtico boom demográfico calcolítico. Prácticamente en todos los espacios donde se ha estudiado, se han identificado muchos más yacimientos calcolíticos que neolíticos, siendo los calcolíticos también más grandes. En su mayor parte ocupan entre una y cinco hectáreas de superficie y no es rara la presencia en ellos de murallas o grandes fosos. Las viviendas, de planta circular, cuentan en muchos casos con un zócalo hecho de mampuestos de piedra habiéndose documentado, en algunas ocasiones, sucesivos niveles de cabañas. Estos elementos prueban la existencia de una sedentarización desconocida durante el periodo precedente. Es algo que está sin duda relacionado con una agricultura de barbecho corto en la cual se debía emplear el tiro y el arado –generalizado por toda Europa a lo largo de la segunda mitad del iv milenio a. C.– y que, fundamentada en cereales de secano y complementada con huertas de legumbres, no involucró, pese a lo que se creyó hace algunas décadas, irrigación ni infraestructuras de gestión del agua de ningún tipo. Frente a la agricultura de barbecho largo neolítica, la de barbecho corto calcolítica permitía producir más alimento por unidad de superficie del territorio a cambio de un trabajo más duro y exigente. Hubo más excedente y, muy importante, éste se almacenó en lugares más permanentes.
Probablemente como consecuencia de esta mayor productividad agrícola aparecieron yacimientos calcolíticos desproporcionadamente grandes como La Pijotilla (Almendralejo) con sus ochenta hectáreas, Porto Torrão (Ferreira do Alentejo) con sus cien hectáreas, Marroquíes Bajos (Jaén) con sus 113 hectáreas o el espectacular de 400 hectáreas que se localiza bajo la localidad sevillana de Valencina de la Concepción, de la que toma su nombre. Se conocen como «macroaldeas» o «megasitios» y, aunque muchos de ellos cuentan con amplios y profundos fosos, es todavía muy poco lo que conocemos sobre su organización interna.
Al respecto del modelo de organización social, lo más importante que sabemos es que durante el Calcolítico se dio una auténtica explosión de lo que en arqueología se entiende como elementos de prestigio, es decir adornos de materiales raros o exóticos y otro tipo de objetos producidos por artesano relativamente especializados. Durante la primera mitad del iii milenio a. C. se extendió el uso de elementos de marfil africano y asiático, adornos de ámbar ─algunos de ellos de origen siciliano─, cuentas de cáscara de huevo de avestruz africanas y otros adornos como cuentas de un local aunque raro mineral, la variscita. En materiales más asequibles como caliza o mármol se conocen, especialmente en las inmediaciones de la actual Lisboa, objetos votivos muy elaborados pero de funcionalidad desconocida como vasos, placas y objetos extraños con forma de alcachofa, tentáculo de pulpo, etc. Uno de los hallazgos más espectaculares a este respecto de los últimos años se ha dado en una tumba de Valencina de la Concepción en la que se recuperó un magnífico conjunto compuesto por un puñal de cuarzo hialino tallado que cuenta con mango y vaina de marfil y profusamente decorados.
Estudiando los ajuares raros y exóticos: la arqueometría
Los criterios empleados en arqueología prehistórica para reconocer bienes de prestigio son fundamentalmente la calidad técnica del objeto manufacturado y la exclusividad de su materia prima, entendiéndose por exclusividad el uso materiales raros y/o exóticos. Es por ello que existe toda una subdisciplina de la arqueología, la arqueometría, especializada en el estudio de materiales mediante la aplicación de procedimientos físico-químicos como microscopía, espectroscopía XRD, XRF o RAMAN, estudio de isótopos de Pb, etc. Mediante la caracterización de materiales arqueológicos ─mineralogía, composición, etc.─ y su comparación con las características de sus fuentes naturales, es posible reconstruir la cadena operativa de producción y las redes de distribución de herramientas y adornos. Una producción descentralizada/concentrada o más/menos intensa son buenos indicadores sobre cómo funcionaron las sociedades prehistóricas.
Frente a la fuerte personalidad peninsular de los objetos hasta ahora mencionados, la segunda mitad del iii milenio a. C. vio cómo en la península ibérica se extendió el uso, a la vez que en el resto de Europa, del set campaniforme, un conjunto de artefactos compuesto por el uso de peculiares vasos cerámicos acompañados de puñales y puntas de lanza de cobre y adornos de oro como diademas o pendientes. Es decir, que las élites locales terminaron por trenzar redes de contacto e intercambio con las élites del resto del continente. Probablemente gracias a dichas redes llegaron con posterioridad personas, preferentemente varones, originarios de las estepas póntico-caspias, tal y como sugieren recientes estudios de ADN.
El crecimiento demográfico, la intensificación económica, la aparición de macroaldeas, la construcción de grandes obras colectivas como murallas y fosos y, finalmente, la indisimulada exhibición de riqueza funeraria que vemos en algunos casos, son indicadores arqueológicos que han abierto el debate sobre el tipo de organización sociopolítica existente en esta época. Por supuesto, éste es todavía un registro arqueológico incompleto y todavía debe discutirse mucho sobre las técnicas de análisis, el significado de las interpretaciones y los conceptos teóricos manejados, pero puede decirse que actualmente existen dos posturas bastante definidas: quienes por un lado ven en el Calcolítico ibérico una próspera sociedad comunalista que, no obstante, permitía la existencia de linajes y personajes prominentes y, por el otro, quienes consideran que lo que sucedió fue que se configuró una sociedad compuesta por una masa campesina explotada por una clase aristocrática, es decir la primera sociedad estratificada de tipo estatal de Europa Occidental.
¿Hubo estados calcolíticos?
El concepto de estado es un tema de fuerte debate dentro de las ciencias sociales y humanas en su conjunto, habiendo incluso historiadores que consideran que no se puede hablar del mismo hasta los estados-nación del siglo xix –dejando, por tanto, fuera de la categoría estatal al Imperio romano, al Califato de Damasco o a la China Han, entre otros─. Dentro de la antropología y la prehistoria, sin embargo, hay un consenso en denominar «estado» a las instituciones de gobierno de las primeras civilizaciones, como las de las ciudades estado sumerias, mayas o yorubas y las de los imperios egipcio, Shang o inca, sociedades todas ellas en las que una aristocracia vivía del tributo que obtenía de la explotación de una clase campesina. Pero sí existe una división, no obstante, entre quienes por un lado entienden como de rango estatal a las sociedades con un conjunto de determinadas instituciones burocráticas de gobierno y quienes, por el otro lado, creen que la única condición necesaria y suficiente para identificar un estado es la de la presencia de una fuerza armada especializada que mantenga ese orden social desigual. Esto quiere decir que cuando se habla de estado en el Calcolítico ibérico de hace 5000 años nadie plantea la existencia de escritura, castas sacerdotales o ciudades con un urbanismo planificado, pero sí la de la estructuración de las primeras dos clases sociales antagónicas.
Uno de los lugares en los que se ha querido ver una organización sociopolítica de tipo estatal es en el clásico yacimiento de Los Millares. El equipo de la Universidad de Granada, responsable de las últimas excavaciones desarrolladas en este lugar, considera que Los Millares habría actuado como el centro de un paisaje fortificado organizado para dominar pequeños enclaves dependientes. Intramuros han documentado que la zona de la ciudadela contaba con viviendas de mayor tamaño y que los restos de fauna recuperados en ella evidencian un consumo de carne con predominio de ternera joven y cerdo adulto mientras que en el resto del poblado las viviendas son más pequeñas y el predominio es de vacuno adulto y cerdo joven. Esto lo interpretan como prueba de la existencia de desigualdades entre una élite que consume cerdos cebados y ternera frente a una plebe que necesita aprovechar todo lo posible la fuerza de tracción del vacuno antes de sacrificarlo a la vez que no puede permitirse cebar a los cerdos. Finalmente, consideran que estas desigualdades materiales se habrían expresado de forma simbólica en los objetos de cobre, los cuales habrían funcionado como elementos de prestigio, y también en el registro funerario, siendo prueba de ello los ajuares de materiales exóticos de la necrópolis.
En contra de esta interpretación se han manifestado investigadores del Instituto de Historia del CSIC, quienes creen que los habitantes Los Millares y su entorno siguieron formando parte de sociedades comunalistas organizadas según el parentesco. Argumentan para ello que las fortificaciones no tuvieron que ser obras necesariamente derivadas de un proyecto político planificado, dado que creen que los lienzos de la muralla se pueden entender como retazos añadidos en distintos momentos y que varios de los reivindicados como bastiones podrían haber sido simples viviendas adosadas a la muralla. Relativizan también las diferencias de dieta entre habitantes del poblado alegando que, si bien existen, no son en todo caso muy marcadas. Sobre la riqueza identificada en la necrópolis, consideran que, antes que una aristocracia, se estaría expresando la competición simbólica entre distintos linajes de la comunidad. En último lugar, en cuanto a los artefactos de cobre, argumentan que la ausencia de adornos y el escaso desarrollo técnico de la metalurgia calcolítica peninsular –en comparación con lo documentado en otros focos con sociedades claramente estratificadas como Próximo Oriente, los Balcanes o la propia península ibérica durante la Edad del Bronce– se deben a la falta de una aristocracia que sea capaz de ejercer una fuerte demanda sobre estos bienes.
La otra zona para la que también se ha propuesto la aparición de clases sociales, explotación y estado es el territorio circundante a Valencina de la Concepción. Investigadores de la Universidad de Huelva y de Sevilla consideran que este enorme yacimiento de 400 hectáreas localizado junto a la fértil vega del Guadalquivir fue, por su tamaño y ubicación, el centro de una organización sociopolítica que controlaba la producción y circulación de instrumental agrícola y bienes de prestigio en toda esta gran cuenca fluvial. Creen también que Valencina habría acogido una importante actividad artesanal especializada bajo el control de la aristocracia gobernante, pues interpretan una zona con más de centenar y medio de hoyos de un metro de diámetro y medio metro de profundidad, que tienen sus paredes quemadas y cuentan con restos de mineral de cobre y escorias, como una zona de actividad metalúrgica muy perfeccionada e intensiva en la que, además, también se habría identificado un espacio de manufactura de objetos de marfil de procedencia asiática.
Como réplica a esta interpretación sobre el estado de Valencina se han pronunciado investigadores también de la Universidad de Sevilla y del Museo Arqueológico Nacional. En primer lugar, advierten de que el conocimiento que tenemos de este extensísimo yacimiento, que se localiza bajo un casco urbano y aún está excavado de forma muy parcial, no permite saber si nos encontramos ante un poblado estable de esa envergadura, pues todavía no se han documentado cabañas, molinos o silos que permitan identificar sin lugar a dudas el área dedicada al hábitat permanente. Sobre la metalurgia, discrepan al respecto de que los hoyos recalentados sean hornos altamente especializados, planteándose como alternativa que no habrían sido sino contenedores de estructuras metalúrgicas más modestas capaces de procesar pequeñas cantidades de mineral como las que de facto se han recuperado en ellos. Finalmente, sobre las concentraciones de riqueza funeraria, explican que éstas permanecerían dentro de los límites esperables de la competencia entre linajes de una sociedad que no ha roto necesariamente con el comunalismo. En esto incidiría el reciente estudio antropológico de un joven enterrado con un riquísimo ajuar –compuesto por, entre otros, un colmillo entero de elefante africano, elementos trabajados en marfil y una daga de sílex con pomo de ámbar siciliano– el cual revela que sufrió malnutrición infantil y que realizó trabajos físicamente exigentes, es decir que su alto estatus en muerte no se debería a un nacimiento como ocioso aristócrata sino más bien a un prestigio adquirido durante su vida.
En definitiva, todo esto significa que las formas de organización social de las personas que habitaron la península ibérica durante el Calcolítico, hace 5000 años, son todavía objeto de encendido debate. No obstante, conviene remarcar que la mayor parte de yacimientos, estructuras y artefactos arqueológicos empleados para defender una u otra postura se conocen desde hace poco tiempo: La última excavación de Los Millares se realizó durante las décadas finales del siglo xx y, en cuanto a Valencina, su zona metalúrgica fue identificada en 2004 y los últimos enterramientos aquí descritos excavados en 2010. Por lo tanto, es de esperar que en los años venideros sigamos disfrutando de los resultados de nuevas intervenciones y estudios arqueológicos que iluminen sobre este revolucionario y fascinante periodo de la historia peninsular.
¿Por qué digo revolucionario y fascinante? Porque en este punto de la historia, tanto de la península ibérica como del resto de focos de la revolución que desencadenó la estratificación social, confluyen casi sin que nos demos cuenta muchas de nuestras concepciones sobre el ser humano, la sociedad y su gobierno. Así, identificar la estratificación social y la estructuración de estados prehistóricos en lugares y tiempos no canónicos es una forma mediante la que seguir descubriendo la descarnada y brutal historia de esa explotación y desigualdad que seguimos arrastrando en nuestros días. Pero, además, conocer mejor la existencia de sociedades comunalistas prósperas y creativas refuerza el convencimiento de que hubo una alternativa a la concentración del poder en unos pocos privilegiados y, también, de que esa alternativa al estado no era el infame mito reaccionario de la «guerra de todos contra todos».
Para ampliar:
Berrocal, María Cruz, García Sanjuán, Leonardo y Gilman, Antonio (eds.), 2012: The Prehistory of Iberia. Debating Early Social Stratification and the State, New York, Routledge.
Chapman, Robert, 2010: Arqueologías de la complejidad, Barcelona, Bellaterra.
Nocete Calvo, Francisco, 2001: Tercer milenio antes de nuestra era. Relaciones y contradicciones centro/periferia en el Valle del Guadalquivir, Barcelona, Bellaterra.
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