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De curanderos e inquisidores. Los niños quebrados de Montoro

Te propongo un viaje a este pueblo andaluz donde un elaborado ritual de sanación, que de año en año se celebraba en la víspera del día de San Juan con la participación de numerosos vecinos, despertó las sospechas de la Inquisición en un momento en el que las Luces de la Ilustración comenzaban a disipar, solo en ciertas esferas intelectuales, las brumas de la superstición.

Apenas unos meses antes de que un gran terremoto destruyera la ciudad de Lisboa, resquebrajando de paso los hasta entonces sólidos muros de la conciencia europea, Montoro, una pequeña villa a medio camino entre la Sierra Morena y la campiña cordobesa, vivió un perturbador proceso que puso en alerta a buena parte del vecindario.

En los márgenes de la ortodoxia

Hasta el momento en el que se generaliza la práctica médica reglada y regida por criterios científicos, el acceso del pueblo llano a remedios para sus dolencias físicas y emocionales estuvo significativamente mediatizado por las prácticas curanderiles.Puede afirmarse por lo tanto que el curanderismo fue una práctica inherente a la vida cotidiana del Antiguo Régimen, especialmente en el ámbito rural. Es este un periodo histórico en el que lo físico y lo puramente espiritual se daban la mano, derivándose de ello una hábil coexistencia entre el mundo de la superstición y la esfera de la ortodoxia.

Vista de Montoro (Córdoba). ©DavidDaguerro / Wikimedia Commons.

De igual modo, la salud y la enfermedad dependían tanto de elementos naturales como sobrenaturales en un difícil equilibrio no exento de peligros. Al escaso número de médicos con formación universitaria se unía el estancamiento que la disciplina médica había experimentado a lo largo de la Edad Moderna hispánica, como consecuencia, entre otros aspectos, de la restricción del acceso de los aspirantes a facultativos a universidades europeas, la censura inquisitorial de obras novedosas o la expulsión de la comunidad judía, autoridad en esta materia desde tiempos medievales. Es del todo lógico que el estamento popular recurriese, ante el temor a la enfermedad, a cuantos medios estuviesen a su alcance ya fuera acudiendo a prácticas de carácter supersticioso o a personas que, carentes de una instrucción reglada y generalmente de extracción humilde, les proporcionasen estos servicios esenciales. Era el caso de las parteras, quienes además de asistir en los partos tenían someros conocimientos prácticos sobre dolencias ginecológicas; los algebristas, para curar fracturas o torceduras, o los famosos extractores de cálculos biliares.

Consciente de la extensión de estas prácticas, el Santo Oficio comenzó a tomar medidas encaminadas a su erradicación total o parcial. No obstante, las creencias supersticiosas y el curanderismo, tachado habitualmente de hechicería, no estuvieron bajo la entera competencia de este tribunal especial hasta bien entrado el siglo xvii, cuando delitos considerados preferentes, como el criptojudaísmo, el luteranismo o el mahometanismo, pasaron poco a poco a un segundo plano. Hasta entonces, la superstición y otros delitos de costumbres (blasfemia, bigamia) podían ser castigadas tanto por tribunales episcopales como por aquellos dependientes del poder real.

Con la llegada del Siglo de las Luces, un tanto mortecinas en estas tierras, suaves brisas racionalistas comenzaron a soplar entre la intelectualidad a la vez que se daban encendidos debates teológicos en torno a la licitud e ilicitud de ciertas prácticas supersticiosas de gran acogida popular. A pesar ser una centuria caracterizada por un importante descenso de la actividad inquisitorial, el siglo xviii fue también aquel en el que las causas por superstición protagonicen una parte significativa de la labor inquisidora, no tanto por el pecado que podían o no representar como por el error mental que subyacía en su práctica.

Oficios heterodoxos; oficios sospechosos
Las prácticas curanderiles a las que acudía el pueblo llano en busca de remedios para dolencias cotidianas estaban muy extendidas. Antropólogos como el recientemente fallecido Carmelo Lisón Tolosana catalogó tres oficios ligados al curanderismo susceptibles de ser perseguidos por las autoridades inquisitoriales. Es el caso de los saludadores, personas que mediante plegarias, aliento o saliva decían curar el entonces muy común mal de la rabia tanto a personas como a animales. Llegaron a contar con la aprobación de la sociedad, e incluso con la venia de la autoridad inquisitorial que no dudó, en algunos casos, en dispensar licencias para ejercer como tales, aunque la mayoría de las que se hallaban en circulación fueran falsas.
Las ensalmadoras, en cambio, se valían de la combinación de oraciones y sortilegios con ungüentos elaborados generalmente con plantas medicinales, como el aceite de romero o el de manzanilla silvestre. Fueron muy solicitadas para la cura del mal de ojo, probablemente la creencia supersticiosa más extendida entre las sociedades históricas.
Técnicas parecidas empleaban las santiguadoras o santiguaderas. La mayor parte de ellas eran mujeres que pertenecían a dinastías y a las que sus abuelas y madres habían transmitido sus artes. La base de esta práctica, y origen de su denominación, es la realización constante de la señal de la cruz sobre el cuerpo entero, en el caso por ejemplo del mal de ojo, o ciertas partes, como el útero (mal de madre), del enfermo. Además de santiguarse repetidas veces, la santiguadora solía pronunciar determinadas oraciones o pasajes de las Sagradas Escrituras acompañadas de gestos llamativos o ceremonias originales.

Montoro, víspera de San Juan de 1755

Uno de los muchos casos que es posible rastrear en la actividad del Santo Oficio en la Andalucía dieciochesca ocurrió en la villa cordobesa de Montoro en 1755. La ingente burocracia inquisitorial nos ha legado a través de unas alegaciones fiscales, procedentes del Archivo Histórico Nacional, un curioso suceso de curanderismo y superstición que involucró a varios vecinos con dotes curanderiles que pretendían sanar a unos niños aquejados de hernias abdominales, los popularmente llamados niños quebrados.

Vuelo de brujas (Francisco de Goya, 1797). Wikimedia Commons.

El supuesto ritual de curación en el que tomaron parte los vecinos encausados tuvo lugar durante la señalada noche de San Juan, una festividad ligada a las celebraciones precristianas del solsticio de verano y arraigada en numerosos países europeos, en la que eran habituales prácticas mágico-religiosas de diferente índole. Aún hoy apenas si hay pueblo de nuestra geografía que no celebre con hogueras, verbenas y bailes la fiesta que conmemora el nacimiento del Bautista.

Siguiendo la descripción del documento, los vecinos se reunieron «al mismo toque, o poco después de las doce» en una mimbrera. El satisfactorio desarrollo del ritual requería de la presencia de tres hombres llamados Juan y otras tantas mujeres denominadas María. A continuación, abrían una vara larga de mimbre por la mitad, de tal manera que, por la abertura, los juanes y las marías pudieran pasarse las criaturas herniadas mientras se producía la siguiente conversación ritual: «tomando una de las Marías al niño desnudo dice: –¿Juan?–, responde este: –qué–, y entonces dice la misma: –En el nombre del Señor san Juan y de Jesús coronado te entrego este niño quebrado, y me lo has de entregar sano–.» Este ceremonial era realizado en tres ocasiones por todos y cada uno de los presentes, al término del cual la vara de mimbre rajada por la que los niños habían sido introducidos era vendada. Si trascurridos nueve días desde el ritual la vara de mimbre se había unido por la acción del vendaje, el niño se consideraba curado, de lo contrario la sanación requería de más tiempo, e incluso de la repetición de este.

Desde la Antigüedad sabemos que la oración es un elemento indispensable en toda práctica mágica. La oración ritual respeta una estructura que se compone por lo general de tres elementos: invocación, cuerpo narrativo y estribillo formal. Además, la adaptación de estas fórmulas rituales al contexto y al estilo del propio curandero hacía que estas prácticas, versátiles en fondo y forma, ganaran aceptación social y cierta legitimación ante las autoridades vigilantes. En el caso de los niños quebrados de Montoro un rasgo destacado de la oración ritual es la imbricación de la rogativa de raíz cristiana en la propia práctica curanderil, así como el vínculo entre determinadas patologías con ciertos santos o festividades, como las afecciones de garganta con san Blas o la noche de San Juan que nos ocupa. No se nos escapa que las alusiones al santoral cristiano podían, en un momento delicado, evitar la mirada inquisidora a pesar del evidente carácter heterodoxo del ritual.

Otro aspecto fundamental que resaltar del ritual antes descrito es el empleo de una vara de mimbre a modo de cerco, un elemento más característico del mundo hechiceril. Los cercos solían ser círculos que, pintados en el suelo con yeso, carbón o cal, ponían en relación el mundo físico con el sobrenatural a fin de obtener de este último una solución a la dolencia. El cerco está aquí representado por la vara de mimbre a través de la cual deben pasar los niños herniados mientras tiene lugar la conversación ritual. De la correcta aplicación tanto del cerco de mimbre como de la oración dependería, en buena medida, el éxito del ceremonial.

Alegación fiscal del caso de los niños quebrados de Montoro. PARES.

Las alegaciones fiscales, una innovación borbónica
Estos documentos son extractos de los expedientes originales remitidos por los diversos tribunales al Consejo de la Inquisición. Trataban muy variados temas siendo las causas de fe los más predominantes. Las alegaciones fiscales tenían un carácter eminentemente sintético; en ellas se resumían los hechos más significativos y las calificaciones, para facilitar al Consejo la toma de decisiones que eran nuevamente remitidas a los tribunales correspondientes junto con toda la documentación. El Consejo únicamente conservaba la alegación fiscal. En la mayoría de los casos la alegación tenía una o dos caras de folio, aunque en los procesos más complejos podían llegar a ocupar diez o más caras. Las alegaciones fiscales fueron una tipología documental que se generalizó en el siglo xviii como una innovación burocrática y se empleó hasta la extinción del tribunal en el segundo tercio del siglo xix.

La práctica ritual que acabamos de ver, aunque con ligeras variantes que sería prolijo detallar, se halla documentada, al menos hasta mediados del siglo xx, en otras áreas peninsulares, como al norte de la provincia de Málaga o en diversas localidades extremeñas como Tornavacas, Cheles, Malcocinado o Alburquerque, donde se le denomina pase por la mimbre. En algunas de estas localidades extremeñas el componente metafísico del rito se acentúa al darse una suerte de magia simpática, es decir, surge de la creencia de que elementos que han estado en contacto siguen influyéndose una vez separados. Aquí esos elementos son el niño herniado y la vara utilizada en su supuesta curación. Concluido el ceremonial la dependencia entre ambos alcanza tal extremo que si la rama fuera cortada la hernia volvería a reproducirse. Igualmente, la muerte del arbusto provocaría la muerte inmediata del infante.

Escudo de la Inquisición española. Wikimedia Commons.

En cualquier caso, esta evidente ritualidad común presupone la presencia de curanderos que iniciaron a algunos vecinos en estas prácticas supersticiosas como modo de vida, y vendría explicada, en opinión de la investigadora Rocío Alamillos, por dos factores: un cierto sentimiento de hermandad entre los practicantes de este oficio marginal, y, sobre todo, la constante movilidad por cambios de residencia que experimentaban por ejercer métodos cada vez más penalizados por el Santo Oficio.

Los datos que arrojan los tribunales andaluces de la Inquisición en torno al delito de superstición y sortilegio en el siglo xviii indican altos índices de reincidencia. Este es un extremo que las declaraciones de los numerosos testigos de nuestro caso confirman, al asegurar que este ritual de curación «se ha practicado lo mismo todos los años desde que hacen memoria», una muestra palpable del enraizamiento de estas costumbres y su impermeabilidad a la represión. En relación con esta última, los tres dominicos encargados de calificar el suceso consideraron el hecho como «muy usado entre gente vulgar y sencilla, sin apre[h]ender en ello malicia», por lo que los encausados fueron excusados de castigo. Sin embargo, el Inquisidor Fiscal de Córdoba solicitó la publicación en su jurisdicción de un edicto prohibiendo esta y otras supersticiones habida cuenta de lo extendidas que se hallaban.

La continua transgresión de la norma, la progresiva tolerancia hacia estas prácticas supersticiosas y su pervivencia en el tiempo son el testimonio más vivo y fiable tanto de la inoperancia del discurso disciplinante, hábilmente tergiversado por los interesados, como de una acción represiva poco contundente, como la que se llevó a cabo en los estertores de la institución inquisitorial, y de la que es buen ejemplo el caso de los niños quebrados de Montoro.

Condenados por la Inquisición (Eugenio Lucas Velázquez, ca. 1833-1866). Wikimedia Commons.

La superstición a examen
A lo largo de los siglos xvi y xvii la teología se centró en el análisis especulativo del sujeto brujeril y/o hechiceril más que en sus obras. Sin embargo, diversos factores de índole sociopolítica, como la extensión de la cultura impresa y la desaparición de otros focos de interés teológico (moriscos, judeoconversos), hicieron que la tratadística se inclinara progresivamente a regular prácticas, a categorizar pecados. Convertida en tronco común de cuantas creencias y prácticas mágicas, elitistas o populares, se dieran, la superstición se hallaba en el corazón de numerosos tratados morales que intentaban concienzudamente clasificar las prácticas que se sustentan en ella. Quizá el más popular de estos tratados fuera la Teología cristiana dogmático-moral del dominico Daniel Concina. Como resultado, artes como la magia o la astrología naturales permanecieron en el seno de la ortodoxia, mientras que otras, como las artes sanatorias, la necromancia o la adivinación mediante el fuego o las apariciones, fueron expulsadas a la esfera de la heterodoxia.

Para ampliar:

Alamillos Álvarez, Rocío, 2015: Hechicería y brujería en Andalucía en la Edad Moderna. Discursos y prácticas en torno a la superstición en el siglo XVIII, Córdoba, Universidad de Córdoba.

Gracia Boix, Rafael, 2001: Brujas y hechiceras de Andalucía, Córdoba, Vistalegre.

Martín Soto, Rafael, 2008: Magia y vida cotidiana. Andalucía siglos XVI-XVIII, Sevilla, Renacimiento.

Licenciada en Historia y profesora de Geografía e Historia en el IES Diamantino García Acosta de Sevilla. Investiga sobre movimientos heterodoxos y minorías religiosas de la Edad Moderna

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