La historia que rodea a las últimas décadas en el poder de la dinastía Habsburgo siempre ha estado rodeada de cierto atractivo y misticismo. El papel fundamental de los nacionalismos, la figura de la emperatriz Sissi o los primeros brotes de un creciente movimiento obrero son solo algunos de los puntos más importantes a tener en cuenta. Por ello, para poder entender cómo surgió y se desarrolló el reinado de Francisco José, es importante trasladarse a los comienzos del siglo xix y el proceso de restauración absolutista a lo largo y ancho de Europa.
Un Imperio reforzado y autosuficiente
En 1815, Austria se encontraba en una posición privilegiada dentro del escenario político europeo. Tras la derrota francesa en la guerra contra Napoleón y en aras de proteger su influencia y evitar la expansión de los estallidos revolucionarios, decidió establecer una Santa Alianza junto a Rusia y a Prusia, de la que se consagró como principal valedor. De la misma forma, se colocó a la cabeza de la Confederación Germánica y aseguró su influencia en los territorios del Véneto y Lombardía. El Imperio, que contaba con once nacionalidades diferentes entre sus dominios, parecía destinado a permanecer siendo una potencia temida y, a la vez, emulada en todo el continente.
No obstante, la posición predominante de Viena duró poco. La Europa posterior a la Revolución francesa había experimentado un proceso de conversión en el que no había lugar para la pasividad o la sumisa aceptación del statu quo. Prueba de ello fue la oleada revolucionaria que vivió el continente en 1848, la «primavera de los pueblos», con el antecedente de varias crisis económicas y de los primeros brotes de descontento de una creciente población obrera.
En Austria, el emperador Fernando tuvo que abdicar y su sobrino, el archiduque Francisco José, ocupó su lugar. Con el joven al mando, las revoluciones fueron duramente reprimidas por parte del Ejército y la inestimable ayuda aliada de Rusia. Tras acabar con el movimiento, el Imperio vivió una década total de neoabsolutismo, que no hizo más que agudizar el descontento general y las diferencias económicas entre el mundo rural y el urbano, cada vez más industrializado.
A excepción de Viena, Praga y Budapest, la mayoría de los territorios bajo dominio de los Habsburgo sobrevivían gracias al sector agrario. Este, a su vez, necesitaba de la inversión de capital procedente de la burguesía liberal asentada en las ciudades, por lo que la importancia de la mejora de la red ferroviaria era cada vez más apremiante.
A su vez, las precarias condiciones de trabajo, el sentimiento de abandono y la infrarrepresentación parlamentaria por parte de las naciones más minoritarias se traducirían a posteriori en la aparición y el auge de diversos movimientos nacionalistas que habrían de cambiar el futuro de Europa. Con un panorama de este calibre, un pequeño desajuste podría cambiar el rumbo de la política interna del emperador.
Comienzan los problemas
La bomba estalló en 1853. Rusia, aliada de Austria, estaba en guerra junto a Grecia contra el Imperio otomano, Francia, el reino de Cerdeña y Gran Bretaña. Sus peticiones de auxilio fueron ignoradas por Francisco José, cuya política exterior consistía, básicamente, en evitar enfrentamientos innecesarios. El conflicto finalizó con una alianza entre Gran-Bretaña y Francia y la derrota de Rusia, que, al sentirse traicionada, abandonó la Santa Alianza. Esta pasividad le saldría muy cara al gobernante Habsburgo. En 1859 perdió Lombardía y Venecia, que pasaban a manos de Piamonte gracias a la intermediación francesa, sin recibir ningún tipo de ayuda de Rusia ni de la Confederación Germánica (que solo se había comprometido a intervenir siempre y cuando el conflicto fuese defensivo, no ofensivo). Así, dio comienzo el proceso de reunificación italiana, y Prusia no tardaría en hacer lo mismo con los estados alemanes. La única opción que le quedaba a una muy debilitada Austria era la búsqueda de apoyo interno. Y lo encontró en Hungría.
El Compromiso de 1867: instauración del dualismo
El país magiar, que también coqueteaba con la idea de la independencia, accedió a formar parte de una nueva entidad territorial en la que compartiría algunos ministerios con Austria, como el de Finanzas, Asuntos Exteriores y Defensa. Junto a los primeros ministros de ambos países se constituyó el Consejo de la Corona.
El 5 de junio de 1867 se firmó entre el Emperador y la nobleza magiar el Ausgleich, garantizando así la autonomía de ambos estados sin informar al resto de las naciones del Imperio. El pacto causó cierto rechazo entre estas, especialmente en Bohemia y Moravia, que llegaron a proponer la inclusión del checo en la Administración, algo a lo que Hungría se negó tajantemente.
A pesar de que en 1898 se aprobó la Ley de Nacionalidades, que establecía la igualdad de todas las lenguas del Imperio y el derecho de los niños a ser instruidos en la suya propia, siempre hubo reticencias. El alemán y el húngaro eran consideradas lenguas cultas, en contraposición al resto, y la vulneración de la ley en las escuelas no se hizo esperar.
Hungría había decidido promover un proceso de magiarización que mantenía enfrentados al Partido Liberal (partidario de la unión) y al Partido de la Independencia. Para ello, se impulsaron políticas homogeneizadoras que atentaban contra el multilingüismo, como la sustitución de las administraciones locales por administraciones más centralizadas bajo la lengua magiar. También se fomentó la desaparición de las escuelas y colegios que no impartieran sus asignaturas en húngaro, se expulsó a varios académicos de la universidad de habla alemana y las restricciones a la libertad de prensa y reunión se convirtieron en algo normal.
No es de extrañar que, a raíz de estos sucesos, acrecentados por una mayor movilización obrera, comenzaran a surgir diferentes movimientos nacionalistas no magiares que, auspiciados por la burguesía liberal, buscaban igualdad política y de derechos mediante el sufragio.
Lucha y progreso: el caldero hirviendo de los nacionalismos
Con la unión de Austria y Hungría se había vivido una expansión del libre mercado sin precedentes. La laxitud de las políticas arancelarias, junto a una recién estrenada red ferroviaria, permitieron que el experimento político diera sus frutos con rapidez. Las ciudades experimentaron enormes cambios arquitectónicos en una búsqueda incansable de demostrar poder y clase; la industria, por su parte, provocó la emigración forzosa de miles de personas que, a pesar de las mejoras introducidas en el campo, eran incapaces de subsistir bajo el yugo de unos cada vez más adinerados terratenientes.
El sistema capitalista había mejorado la vida de algunos, pero también empeorado la de otros. Miles de pequeños comercios tuvieron que competir con nuevas fábricas que en un día producían lo que el comerciante en un mes, y a menor coste. El progreso era imparable, pero el descontento general, también. El 1 de mayo de 1890, una manifestación formada por miles de trabajadores recorrió las calles de Viena. Llevaban claveles rojos cosidos en el ojal de las chaquetas y, convocados por el Partido Socialdemócrata, reclamaban pacíficamente una jornada laboral de 8 horas.
Las clases medias y bajas empezaban a movilizarse por sus derechos y no tardaron en surgir otros partidos que reivindicaban mejoras para la calidad de vida de los trabajadores, como el partido socialcristiano o los nacionalistas alemanes. Estos últimos tuvieron un peso importante en el desarrollo de uno de los movimientos más violentos y determinantes de la Europa decimonónica: el pangermanismo. Bajo el liderazgo de Georg von Schönerer, abogaba por la separación de todos los pueblos alemanes residentes en Austria-Hungría para unirse al Imperio alemán, a quien estaban enlazados por un pasado común.
De la misma forma, defendía y ensalzaba la superioridad racial alemana y culpaba de todos los males del Imperio a los judíos. Esta cabeza de turco, si bien en las ciudades podía pasar más desapercibida debido al proceso de asimilación urbanita, se convirtió en el objetivo de los militantes del movimiento en zonas más rurales y con el tiempo, sus ataques fueron agravándose.
Ni siquiera con el encarcelamiento de von Schönerer, tras irrumpir en la redacción del Neues Wiener Tagblatt y golpear a los periodistas que allí trabajaban, frenó su auge. Una deriva antisemita empezó a sacudir Europa y, como consecuencia, apareció otro movimiento determinante: el Sionismo. Su propulsor, Theodor Herzl, proclamaba la necesidad de un Estado o Nación judíos en Palestina, donde nadie podría amenazarles y siempre encontrarían lugar dispuesto a aceptarles con los brazos abiertos. En sus comienzos, no obstante, estas ideas eran vistas como ridículas y utópicas por parte de los judíos de las élites liberales y las ciudades, que aseguraban no sentirse discriminados en absoluto.
Durante la Segunda Guerra Mundial intelectuales de origen judío como Viktor Klemperer, catedrático de la Universidad de Dresde, seguían refiriéndose a Herzl como un idealista poco coherente. Así lo recoge el ensayista en su obra La lengua del Tercer Reich (editorial Minúscula, 2001. Original de 1947):
«Había oído hablar de él [de Herzl], desde hacía tiempo, y me había topado muchas veces con el movimiento sionista. […] me limité a encogerme de hombros, como si se tratase de algo alejado de la realidad. Después, durante una conferencia en Praga, donde pasé horas en un café con unos estudiantes austríacos, me di cuenta de que se trataba de un asunto meramente austríaco, donde estaban acostumbrados a dividir al Estado en nacionalidades, las cuales se combatían mutuamente y, en el mejor de los casos, se toleraban […] Pero ¿qué importaba esto en Alemania? Después vino la Primera Guerra Mundial y mi confianza en la solidez inquebrantable de la cultura europea se vio, por supuesto, sacudida».
El asesinato en 1903 de los reyes de Serbia, antiguos aliados del emperador, dio lugar a la instauración de una nueva dinastía en el país, los Karadjordjevic. Estos no tardaron en demostrar que tenían unos intereses muy diferentes a sus antecesores y se mostraron firmes valedores del hermanamiento entre naciones eslavas. La influencia de Rusia en la región se convirtió en una amenaza para Francisco José, que en 1908 decidió anexionar Bosnia al Imperio austrohúngaro.
Si bien estas pretensiones eran del todo lícitas por el acuerdo alcanzado en el tratado de Berlín en 1878, su actuación causó una ola de indignación en Serbia, que lo consideró una afrenta a sus pretensiones territoriales. Finalmente, y bajo mediación de Alemania, acabó aceptando el acuerdo por el que Bosnia se convertiría en provincia imperial, aunque sus relaciones con Austria no volverían a ser nunca las mismas.
La familia real
A pesar de las reivindicaciones nacionalistas, la imagen popular de los Habsburgo era bastante buena. Francisco José era un personaje muy querido, al igual que su mujer, Sissi. Esta, además, era una gran amante de la cultura magiar y pasaba largas temporadas en Budapest. Fue allí, lejos de Viena, donde vivió sus mejores años y pudo criar a su hija menor, Valeria, algo que no le habían permitido hacer con los demás.
La joven emperatriz era díscola y poco dada a los convencionalismos sociales. Sus constantes enfrentamientos con su suegra, la reina Sofía, y la falta de apoyo de su marido provocaron en ella una sensación de ahogo y abatimiento. Era como un pájaro enjaulado entre barrotes de oro.
Extremadamente culta y viajera, era admirada en todo el mundo por su carácter, elegancia y personalidad. Sin embargo, nunca consiguió ser del todo feliz. La muerte de su primogénita, aun siendo un bebé, y el suicidio de su hijo Rodolfo, a los 31 años, fueron sucesos determinantes en su vida. Las extrañas circunstancias que rodearon la muerte de este último, quien supuestamente se había suicidado junto a su amante, la baronesa María de Vetsera., nunca fueron esclarecidas. Este suceso, que en otras circunstancias hubiera causado una impresión muy diferente, marcó un antes y un después en la historia de la monarquía austrohúngara, ya que llevó a la elección de un nuevo candidato, el archiduque Francisco Fernando, sobrino del monarca. Sissi nunca lo vio reinar, ya que fue asesinada en el lago Lemán (Ginebra) el 10 de septiembre de 1898.
Gavrilo Princip
El responsable del asesinato del archiduque Francisco Fernando y su esposa Sofia Chotek nació en un pequeño pueblo de la provincia de Bosansko Grahovo (Bosnia). A pesar de sus orígenes humildes, uno de sus hermanos mayores consiguió montar un negocio en Sarajevo, por lo que el joven Gavrilo fue enviado a los 13 años con él para complementar su formación en la academia militar.
Por desgracia para sus progenitores, su débil condición física y su atracción hacia las ideas nacionalistas le alejaron de su primer destino. Mientras terminaba sus estudios, entró en contacto con la organización Joven Bosnia, un grupo de estudiantes paneslavistas que se había formado a raíz de la anexión de Bosnia al Imperio austrohúngaro como consecuencia del Tratado de Berlín.
En su nombre, también, fue reivindicado el atentado contra el sucesor de Francisco José, por lo que sus miembros fueron juzgados y declarados por alta traición. Princip, al ser menor de edad en aquellos momentos, fue condenado a 20 años de trabajos forzados en prisión, donde murió de una tuberculosis ósea pocos meses antes del fin de la Primera Guerra Mundial. Sus restos fueron exhumados en 1920 y actualmente se encuentran en el cementerio serbio de San Miguel de Koševo (Sarajevo).
Tambores de guerra
El nuevo heredero al trono era consciente de la complicada situación que se estaba gestando en el corazón del Imperio. Una de sus pretensiones para aliviar dicha carga era incluir un Reino de los Eslavos al binomio Austria-Hungría, propuesta con la que su tío no estaba de acuerdo, pero que quizá podría haber evitado el conflicto posterior.
Serbia se había convertido en una nación mucho más fuerte después de las guerras de los Balcanes. Tras la conquista de los territorios de Macedonia y Kosovo, y como estado satélite ruso, el sentimiento paneslavista no había dejado de acrecentarse dando lugar a la aparición de nuevos colectivos y movimientos nacionalistas.
Uno de los más famosos fue «Mano negra», organización fundada en 1911. Tras varios intentos de asesinato frustrados hacia miembros de la política austrohúngara, sus miembros finalmente se decantaron por elegir un nuevo y poderoso objetivo: Francisco Fernando.
La idea era aprovechar una visita del heredero a Sarajevo en junio de 1914 y organizar un atentado con bomba en el trayecto que realizaría la comitiva por las calles de la ciudad, rumbo al ayuntamiento. No obstante, el aparato rebotó en el coche del archiduque y afectó al automóvil que se encontraba detrás, por lo que, a pesar del pánico multitudinario, ni él ni su esposa sufrieron heridas. El autor, Nedeljko Čabrinović, trató de suicidarse ingiriendo cianuro, pero sobrevivió y fue apresado.
Sin embargo, un golpe de suerte cambió el destino de Europa. Otro de los miembros del grupo, el serbobosnio Gavrilo Princip, descubrió, horas más tarde, el vehículo en el que viajaba Francisco Fernando cuando tomaba una ruta alternativa. Princip aprovechó la oportunidad que la fortuna le regaló y disparó al matrimonio archiducal.
Ambos murieron de forma traumática. Los terroristas fueron encarcelados y la noticia del asesinato corrió como la pólvora por todo el Imperio. Durante ese día y parte del siguiente, los ciudadanos serbios fueron duramente reprimidos como castigo y advertencia, pero ya no había marcha atrás, el detonante había sido activado. Francisco José se vio obligado, un mes después, a declararle la guerra a Serbia y lo que en un principio se dibujaba como «otra guerra de los Balcanes» acabó convirtiéndose en un conflicto mundial que acabó con la vida de entre 10 y 60 millones de personas.
La Primera Guerra Mundial creó un nuevo escenario político, con nuevas potencias y nuevos estados. El Imperio que tanto había intentado proteger Francisco José acabó desmembrándose y dando lugar a diferentes estados, como el de Checoslovaquia, Polonia o el tan deseado Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos (Yugoslavia).
Hungría también se independizó, quedando Austria aislada y arruinada a causa del desabastecimiento causado por la pérdida de sus territorios dedicados al sector agrícola. En 1919, tras el fin de la guerra y la firma del Tratado de Versalles, sus fronteras quedaron reducidas a proporciones minúsculas y sus cincuenta millones de habitantes se convirtieron en apenas seis y medio.
Sin embargo, la paz alcanzada tras aquella dura etapa solo supuso una pausa. Las consecuencias del descontento de las potencias perdedoras (Alemania incluida) veinte años después desencadenarían otra terrible guerra de proporciones épicas, sacudiendo de nuevo los cimientos de una sociedad que estaba ya demasiado acostumbrada al estallido de granadas y al sonido de las metralletas.
La implicación de Mano Negra
La Mano Negra fue una organización criminal militar serbia. Su principal meta era la creación de un Estado que englobara a todos los eslavos del sur de Europa bajo el mando de Serbia y para ello no dudaban en utilizar las amenazas, la violencia e, incluso, el asesinato.
Su implicación en el atentado contra el archiduque Francisco Fernando ha sido cuestionada en multitud de ocasiones debido a la polémica figura del coronel Apis (Dragutin Dimitrijević), quien era a su vez líder tanto de la organización, como de la inteligencia militar serbia. Apis ya había participado la planificación del asalto al palacio de Belgrado, aunque no llegó a estar implicado de manera directa en el asesinato de los últimos miembros la dinastía Obrenović. Tiempo después, ya como alto cargo del Ejército serbio, planeó el asesinato del emperador Francisco José, aunque finalmente se decantó por su joven sobrino, Francisco Fernando, futuro heredero al trono.
Para ampliar:
Johnston, William M., 2009: El genio austrohúngaro. Historia social e intelectual (1848-1938), Oviedo, KRK ediciones [original en inglés de 1972].
Moreno Mínguez, Carmen, 2015: Breve historia del Imperio austrohúngaro, Madrid, Nowtilus.
Stevenson, David, 2014: 1914-1918. Historia de la Primera Guerra Mundial, Barcelona, Debate [original en inglés de 2004].