La Edad Media es considerada por muchos como una época de atraso en el campo científico, refiriéndose a ella de forma equivocada como «la edad oscura». Sin embargo, este supuesto no podría estar más alejado de la realidad. En concreto, el mundo iranio medieval fue testigo de algunos de los avances científicos más relevantes del momento, y las élites y poderes reinantes eran conscientes de lo importante que era apoyar el conocimiento científico y la investigación. En este artículo vamos a viajar a la que es posiblemente la mayor institución científica del siglo xiii, el observatorio astronómico de Marāgheh, y a conocer en detalle su estructura, su sistema de trabajo y a las mentes detrás de él.
El Ilkhanato y la fundación del observatorio
Hacia el año 1237 los ejércitos de los mongoles habían conquistado toda la planicie irania, hasta el actual Azerbaiyán e incluyendo los reinos de Kashmir y las provincias del actual Afganistán. Poco después, su dominio se extendió hasta la península de Anatolia, y el reino de Trebisonda y el sultanato selyuquí del Rum se había convertido en su vasallo. El nieto de Gengis Khan e hijo de Tolui, Hulegu, recibió el encargo de derrotar de una vez por todas al califato abasí de Bagdad, misión que cumplió en 1253, además se llevó por delante lo que quedaba de los ismaelíes en la fortaleza de Alamût. En 1256 Hulegu se proclamó «ilkhan», que quiere decir literalmente «subordinado del Gran Khan», que en aquel momento era su hermano Mongke Khan. Este tuvo un reinado muy breve, y en 1260 le sustituyó Kublai Khan, a quien se conoce por haber acogido a Marco Polo en su corte en 1271. De esta forma, aunque un poco resumido, nació el Ilkhanato, una dinastía de origen mongol que se mantuvo en el poder en el territorio iranio hasta casi la mitad del siglo xiv, y que abarcaba desde Siria hasta la Transoxiana.
Durante su conquista sobre los ismaelíes de Alamût, Hulegu conoció a una persona que fue fundamental para la creación del observatorio de Maragheh: Naṣīr al‐Dīn al‐Ṭūsī, uno de los polímatas más famosos e importantes de todo el periodo medieval en Irán. Ṭūsī había estado trabajando para los ismaelíes, pero su fama y su reputación como astrónomo hizo que Hulegu se fijase en él y lo incorporarse a su corte, donde pasó a ser un miembro indispensable. En muy poco tiempo se había convertido en jefe de los astrónomos y superintendente de las donaciones de caridad, lo que en árabe y persa se conoce como waqf.
Sobre la fundación del observatorio, tenemos dos historias diferentes. La primera está conectada con el hermano de Hulegu. El Gran Khan tenía gran interés en las matemáticas, la astronomía y la astrología, y había oído hablar de Ṭūsī. Entre sus planes estaba fundar un gran observatorio en la capital mongola, o en Beijing o en Karakorum, y pensó que Ṭūsī era la persona idónea para supervisar el proyecto y dirigirlo una vez concluido. Así que le pidió a su hermano que enviase al astrónomo a las tierras del Khanato. Sin embargo, Hulegu tenía otros planes. Él también era consciente de la brillantez de Ṭūsī, y decidió fundar su propio observatorio en Marāgheh.
La segunda historia nos cuenta que el verdadero responsable de la creación del observatorio fue el propio Ṭūsī. Como jefe de los astrónomos de la corte del ilkhan, su influencia era muy grande, y se tenía muy en cuenta su opinión en diversos asuntos. Parece que convenció a Hulegu de que el mejor modo de invertir en cultura y desarrollo era la construcción de este observatorio astronómico. Así que en 1259 y al oeste de Marāgheh, que fue la primera de las capitales mongolas, se inició la construcción del que sería una de las instituciones científicas más grandes e importantes de toda la Edad Media.
Hulegu, un tipo supersticioso
Es importante que entendamos lo siguiente: en la actualidad existen dos disciplinas separadas. La astronomía es el estudio de los cuerpos celestes y su comportamiento, y la astrología, que estudia también estos cuerpos celestes entendiendo que tienen influencia sobre las acciones humanas. En el siglo xiii en Irán esta división no existía, y ambas disciplinas estaban unidas.
El estudio del cielo era una actividad fundamental, porque otorgaba a los seres humanos la capacidad de tener información sobre el futuro o adelantarse a los acontecimientos de un destino que, supuestamente, ya estaba escrito. Justo este fue uno de los argumentos que, al parecer, utilizó Ṭūsī para terminar de convencer a Hulegu, que no estaba seguro de destinar tanto dinero a una institución que se dedicaría, entre otras cosas, a interpretar los cuerpos celestes. Según el ilkhan, si todo estaba escrito, ¿qué importaba saberlo o no?
Ṭūsī entonces utilizó un ejemplo para explicarle la importancia de adelantarse a los acontecimientos. Le planteó una situación en la que él ordenaba a uno de sus soldados que lanzase un objeto desde una gran altura. Al chocar con el suelo, provocaría un estruendo y todo el mundo se asustaría… excepto por Hulegu y el soldado, que sabrían de antemano lo que iba a suceder y pudieron prepararse para que no les sorprendiese.
Hulegu era un hombre, según algunas fuentes, muy supersticioso, y en más de una ocasión Ṭūsī utilizó esto a su favor para conseguir lo que quería. Desde mayor financiación para el observatorio, hasta que perdonase la vida de alguien. Desde luego, Ṭūsī era una mente llena de recursos.
Naṣīr al‐Dīn al‐Ṭūsī, un divulgador medieval
Naṣīr al‐Dīn al‐Ṭūsī nació en 1201. Fue el primer director del observatorio y se le recuerda como una de las mentes más brillantes de la Edad Media. Considerado un polímata, era arquitecto, filósofo, físico, astrónomo, matemático y teólogo. Con una trayectoria extremadamente productiva, escribió tratados sobre matemáticas, ingeniería, astronomía, trigonometría, aritmética y misticismo, y sus cálculos y descubrimientos contribuyeron enormemente al desarrollo de la astronomía como disciplina.
Como director del observatorio, estuvo a cargo de supervisar las obras, de aprovisionar la enorme biblioteca y de seleccionar y contratar al personal, tanto asistentes como profesores y otros astrónomos. Ṭūsī escribió más de ciento cincuenta obras en diferentes materias, pero especialmente destacables son sus comentarios a los autores clásicos. ¿Por qué? Porque su aproximación a las obras de los griegos se parece mucho a la actividad que hoy en día conocemos como «divulgación».
Además de ser increíblemente prolífico en sus propias investigaciones, Ṭūsī quería que las fuentes originales con las que trabajaba fuesen lo más comprensibles y cercanas posibles para los futuros astrónomos. Así que compuso varios comentarios o tahrir, redacciones más simples de autores griegos y mesopotámicos, y las editó a conciencia para hacerlas más fáciles de entender y estudiar. Corrigió varios cálculos erróneos, eliminó partes que se repetían, añadió comentarios explicativos y, en general, produjo ediciones comentadas de los trabajos que más adelante serían copiadas y aprovechadas por muchos estudiantes. Su afán por enseñar fue lo que caracterizó gran parte de su carrera, y siempre se mantuvo rodeado de alumnos. De hecho, su último viaje a Bagdad en 1274 fue precisamente de estudios. Sin embargo, a los pocos días de llegar cayó gravemente enfermo, y falleció unas semanas después.
El cuadrante mural
Uno de los instrumentos más importantes del observatorio de Marāgheh era el cuadrante mural. Se trata de una herramienta para medir ángulos que sirve para determinar la posición y la altitud de los cuerpos celestes, y, además, también se utilizó para calcular la latitud exacta de Marāgheh para que los astrónomos basaran sus cálculos a partir de ese dato. Para que funcionen como se espera, los cuadrantes, sean del tipo que sean, deben estar en el exterior. El de Marāgheh se llama «cuadrante» porque podía medir ángulos desde 0º a 90º, abarcando un cuarto del total de una circunferencia, y se le llama «mural» porque este tipo de instrumentos solía estar montado en una pared, o a veces construido en ella directamente.
El cuadrante mural de Marāgheh debía estar orientado para posicionarse en el meridiano. En astronomía, el meridiano es el círculo que pasa tanto por la línea de los dos polos, norte y sur, como por el cénit y el nadir del observador. Es decir, es un círculo completo alrededor del punto en que nos encontremos. Este meridiano es un término astronómico, no debemos confundirlo con el meridiano geográfico, que es el de Greenwich. El meridiano sobre el que descansaba el cuadrante mural servía como 0º, era el punto de inicio de todos los cálculos que hacían los astrónomos en sus investigaciones. Por ejemplo, para determinar la posición de los cuerpos celestes con respecto a su ubicación. El cuadrante mural de Marāgheh tuvo tal importancia que muchos observatorios fundados después copiaron exactamente su modelo. Uno de los más famosos es el que estableció Ulugh Beg, el nieto de Timūr-e Lang, en Samarcanda, alrededor de 1420.
Observatorio, taller y escuela
Al frente de las obras del observatorio se puso al astrónomo, matemático e ingeniero sirio Muʾayyad al‐Dīn Urdhī. Se ubicó en un lugar elevado de Marāgheh, para que los estudiosos pudiesen tener mejor vista del cielo. El observatorio no era un edificio único, sino un complejo de muchas estructuras: el área de residencia para trabajadores y sirvientes, la biblioteca, el taller de metalurgia para construir y reparar instrumentos, edificios para el estudio, etc. El abastecimiento de agua se hacía a través de un sistema de canales, norias y acueductos para abastecer de agua el lugar diseñado por Urdhī.
Muchos de estos instrumentos tenían que estar en el exterior para que pudiesen funcionar. Además del cuadrante mural, que era el más grande, también sabemos de la existencia de un astrolabio esférico o esfera armilar, montada sobre un mecanismo llamado alidada que permitía su rotación. La esfera armilar se utilizaba para medir la longitud y la latitud de la eclíptica, que es el camino que recorre el sol respecto a lo que en aquel momento se llamaban «estrellas fijas». En el siglo xiii se creía que la Tierra no tenía órbita, sino que solo giraba sobre su propio eje, mientras que los cuerpos celestes giraban a su alrededor. Estos cuerpos o esferas eran la Luna, Mercurio, Venus, el Sol, Marte, Júpiter y Saturno. Más allá de ellos estaban las estrellas fijas o constelaciones, que se creían inmóviles y por eso recibían este nombre. También había una regla dióptrica de Hiparco, un instrumento con dos agujeros para la medición de los diámetros del sol y la luna que también se usaba para observar eclipses. Otro de los instrumentos era un triquetrum o regla paraláctica, un aparato que más tarde usó Copérnico para sus propias investigaciones. El triquetrum se empleaba para medir la altitud de las esferas celestes. Todos estos instrumentos se diseñaron y se construyeron bajo la supervisión de Urdhī, cuyo contrato nos cuenta que estuvo trabajando en Marāgheh desde 1259 hasta 1262.
Las estructuras del observatorio estaban cuidadosamente diseñadas siguiendo una orientación concreta para favorecer el trabajo de los astrónomos. Uno de los edificios tenía una cúpula de gran tamaño con una apertura que permitía el paso de los rayos del sol para poder hacer mediciones. Así se calculaba la posición del astro dependiendo del tiempo y la estación, el movimiento promedio en grados y en segundos, así como su velocidad. El movimiento promedio es la velocidad angular que un cuerpo celeste necesita para completar su órbita, asumiendo que esta velocidad sea constante. Además, sabemos que esta cúpula estaba profusamente decorada con los signos del zodiaco, las fases de la luna o el orden de las esferas celestes.
Otra de las grandes incorporaciones de Marāgheh fue la escuela de educación superior, donde estudiantes de todas partes podían aprender y formarse como astrónomos. La gran ventaja de esta escuela era que proporcionaba una educación tanto teórica como práctica a los futuros científicos, ya que no solo podían asistir a clase, sino que también podían aprender de primera mano a usar los diferentes instrumentos. Las intenciones pedagógicas de esta institución eran de gran importancia, así que el observatorio recibió financiación generosa para formar a los profesores. De este modo, ellos por su parte educarían a futuros astrónomos y astrólogos que trabajarían para los ilkhanes. Uno de los profesores más famosos fue Abū Farāj, miembro del equipo de Ṭūsī y el director de educación de la escuela del observatorio. Fue él quien se especializó en el entrenamiento del personal docente, y dio clases de geometría, matemáticas y astronomía durante muchos años.
El Zīj-e Īlkhānī, las «Estrellas de los Ilkhanes»
Una de las obras más importantes que produjo Naṣīr al‐Dīn al‐Ṭūsī fue el Zīj-e Īlkhānī, las Tablas de los Ilkhanes, que se bautizaron así en honor al fundador del observatorio, Hulegu Khan. Un zīj es un libro de astronomía que recopila tablas donde están escritos los parámetros usados para cálculos astronómicos, aquellos que tienen que ver con la posición del Sol, la Luna, las estrellas y los planetas. Además, también incluye los nombres de estos cuerpos celestes, así que son una fuente muy valiosa de información.
El Zīj-e Īlkhānī es una recopilación que llevó a cabo Ṭūsī y su equipo de astrónomos, y que se completó en 1272. En este libro se establecía que la precesión de los equinoccios era de 51 arco-segundos, lo que se queda extremadamente cerca del valor moderno de 50.2 arco-segundos. Para que entendamos mejor lo avanzado de este cálculo, tenemos que explicar un par de conceptos. La precesión de los equinoccios es el cambio en la orientación del eje de rotación de la Tierra, que se desplaza describiendo un círculo, similar al movimiento de una peonza. Es decir, que en el siglo xiii (y mucho antes, en realidad) ya eran conscientes de que la tierra no es un elemento estático, sino que se mueve sobre su propio eje con respecto a otros cuerpos celestes.
Pero el libro no era perfecto, y parte de su trabajo estaba basado en obras similares anteriores, especialmente los de los autores Ibn al-‘Alam e Ibn Yūnūs, ambos del siglo x. Las posiciones planetarias no eran las correctas, y esto fue algo que los autores contemporáneos criticaron severamente. Porque sí, también había acalorados debates académicos sobre el uso de fuentes y la investigación original en los siglos xiii y xiv.
Una institución inmortal
La relevancia del observatorio de Marāgheh y su importancia para el desarrollo de la astronomía y la astrología en el Irán medieval son evidentes, empezando por el tiempo que estuvo activo. En esa época no era corriente que este tipo de instituciones sobreviviese a sus fundadores. Normalmente, cuando otro líder ocupaba el cargo dedicaba sus esfuerzos a proyectos diferentes que llevasen su nombre y no el de un soberano anterior, con lo que realzaba su importancia como patrocinador cultural y no continuaba la labor empezada. Así, era bastante común que los edificios científicos ya fundados cayeran en el olvido. Sin embargo, el observatorio de Marāgheh sobrevivió.
Tras la muerte de Hulegu, el edificio continuó funcionando como siempre. Nuevos astrónomos llegaban para trabajar, nuevos estudiantes acudían a formarse, así durante casi cincuenta años. Los sucesores de Hulegu se aseguraron de mantenerlo en perfecto estado y continuaron financiando sus investigaciones, especialmente Abaqa Khan (r. 1265-1280) y Öljeitü Khan (1304-1316), el penúltimo de los ilkhanes. Y después de la caída de la dinastía, sabemos que las estructuras se mantuvieron activas durante un tiempo, hasta que finalmente el observatorio tuvo que cerrar. Los instrumentos que se encontraban allí se llevaron a otros centros similares y algunos se fundieron para crear artefactos nuevos. Los astrónomos se trasladaron a otras instituciones, a menudo llevando a sus alumnos con ellos. Pero desde luego su historia no terminó allí. Los edificios y organización del observatorio se convirtieron en un modelo muy repetido a lo largo de la historia y la geografía. Ulugh Begh, el nieto de Timūr-e Lang, mandó reformar el observatorio de Samarcanda siguiendo exactamente el modelo de Marāgheh, y así lo hicieron también el astrónomo y científico Taqi al-Din con su observatorio en Estambul, fundado en 1577, y el observatorio de Jai Singh en Jaipur, en el siglo xviii.
En 1978, la Universidad de Tabriz pasó a ser responsable del estado de conservación del sitio arqueológico. Se puede visitar y ver los restos de las estructuras, pero ninguna actividad astronómica se lleva a cabo ya. Para facilitar su preservación, las ruinas se cubrieron con unas cúpulas y, desde hace algunos años, la Organización de Patrimonio Cultural de Irán está planeando invertir en una exposición que muestre reconstrucciones de los instrumentos astronómicos que se encontraban allí.
El observatorio de Marāgheh fue un punto de inflexión para el desarrollo de la ciencia en el mundo islámico iranio, y de él podemos aprender muchas cosas. Por un lado, reposiciona el papel que la investigación y la ciencia tenían durante los siglos medievales, mostrando que eran de gran importancia para las diferentes dinastías, y que grandes avances científicos se produjeron entre sus paredes el tiempo que estuvo activo. Además, la durabilidad de su legado pone de manifiesto lo efectivo de su forma de trabajo.
Las mentes más brillantes del siglo xiii pasaron por Marāgheh para trabajar o estudiar, y este observatorio se convirtió en una de las luces más brillantes dentro del panorama cultural medieval. Este tipo de instituciones nos hace replantearnos ciertos estereotipos que siguen presentes en nuestra forma de pensar e imaginar, no solo la Edad Media, sino la historia de Irán y las propias culturas islámicas. Como también nos hace reconsiderar la fama que tienen los mongoles, que muy rara vez se relacionan con las actividades culturales, cuando en realidad su paso por tierras iranias dio lugar a algunos de los cambios más importantes que ayudarían a dar forma a lo que conocemos como «cultura persa».
Para saber más:
Al-Khalili, Jim, 2012: The House of Wisdom: How Arabic Science Saved Ancient Knowledge and Gave Us the Renaissance. London, Penguin Books.
Blake, Stephen, 2007: Astronomy and Astrology in the Islamic World. Edinburgh, Edinburgh University Press.
Saliba, George, 2007: Islamic Science and the Making of the European Renaissance. Cambridge, Massachusetts, MIT Press.
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