La realeza femenina era complementaria a la masculina y no podía existir una sin la otra. Sin la reina se corría el riesgo de que el caos se apoderara del país, aunque su figura se mantenía siempre a la sombra del faraón. Pese a ello, el poder de algunas de estas mujeres fue tal, que incluso llegaron a sentarse en el trono de las Dos Tierras, gobernando el país como Horus femenino.
Si echamos un vistazo a las listas de reinados del antiguo Egipto nos encontramos con una sucesión de nombres masculinos. Dinastía tras dinastía, la corona del Alto y del Bajo Egipto recayó en los faraones, intermediarios entre lo humano y lo divino, hombres en cuyo cuerpo se encarnaba el dios Horus, la deidad soberana por excelencia y el heredero legítimo al trono tras el asesinato de su padre, Osiris, el primer rey mítico de Egipto.
Este trasfondo religioso se trasfiere al mundo terrenal, donde el faraón asume el papel de Horus en la tierra. A su lado se sienta una mujer, la Gran Esposa Real, ocupando una posición opuesta y complementaria al hombre que encabeza el Estado, actuando como consejera del rey y madre de los herederos al trono. La presencia de ambas figuras era acorde con la Maat, el orden, y tanto el rey como la reina eran necesarios para la estabilidad del país, manteniendo unido el valle del Nilo.
La Gran Esposa Real no era la única mujer de relevancia dentro de la corte egipcia. Otras figuras femeninas de palacio importantes eran las esposas secundarias del faraón, mujeres que podían utilizar su poder e influencia para instalar a sus hijos en el trono y así convertirse en la Madre del Rey, uno de los títulos de mayor relevancia dentro de palacio. Ante la posible y desafortunada ausencia del rey, esta figura podía actuar como regente del futuro faraón.
Todas las féminas de la corte estaban supeditadas al faraón, un hombre. Una mujer sentada en el trono de las Dos Tierras como Horus suponía una aberración ideológica para los antiguos egipcios. No obstante, la documentación textual y arqueológica nos habla del poder de un puñado de mujeres que llegaron a sentarse en el trono del Doble País como regentes, pero también como encarnación del dios Horus. Todos estos breves reinados tienen en común un contexto histórico de incertidumbre y cierto caos en el valle del Nilo.
Las primeras reinas
El recurso dinástico de la regencia lo tenemos documentado en la historia del Antiguo Egipto desde la I Dinastía con dos nombres. La primera fue Neithotep, regente de su hijo Dyer (aproximadamente en el 3000 a. C.); y la segunda se llamaba Merhemsit (antes conocida como Merneith), regente de su hijo Den (aproximadamente en el 2950 a. C.) y cuyo nombre aparece junto al de otros soberanos de la I Dinastía en los sellos de la necrópolis de Umm el Qaab (Abydos).
Pero ¿quién fue la primera mujer que reinó en solitario en Egipto? Nos tenemos que trasladar a finales de la XII Dinastía, cuando una reina llamada Neferusobek, hija de Amenenhat III, gobernó el Doble País en solitario. En el Canon Real de Turín podemos leer que Amenenhat IV (su hermano o medio-hermano) fue sucedido por Neferusobek con un reinado de apenas cuatro años. Su nombre aparece desde Semna (Nubia) hasta el Delta, aunque aún no se ha localizado su tumba. Se cree que pudiera estar en la zona de Fayum, donde se enterraron los faraones del Reino Medio. Sobekneferu asumió el título real de Rey del Alto y del Bajo Egipto e incluso presentó su imagen en apariencia masculina, un rol complementado con el resto de títulos reales inscritos con la terminación femenina (que en egipcio medio es añadiendo una -t).
Sin embargo, si existe un periodo en el que la mujer alcanzó mayor poder, fue el Reino Nuevo (1550-1069 a. C), y en especial, la XVIII Dinastía (1550-1295 a. C.). Fue a partir de entonces cuando las mujeres de la corte empiezan a utilizar con mayor asiduidad el título nbt tAwy, Señora de las Dos Tierras, un título documentado desde la V Dinastía asociado a las diosas Bastet o Wadjet y a Hathor desde el Reino Medio.
La forja del Reino Nuevo
En el propio nacimiento del Reino Nuevo, en la XVIII Dinastía, tuvo un papel crucial una de las primeras mujeres de este periodo, Ahhotep. Hija de Seqenenre Taa I y de la reina Tetisheri, fue hermana y Gran Esposa Real de Seqenenre Taa II, el faraón que inició la liberación de Egipto del poder de los hicsos. La reina asistió a la muerte de su esposo y de su hijo primogénito y heredero, Kamose, ambos en batalla. Ante la minoría de edad del segundo hijo de la pareja real, Ahmose, quien consiguió años más tarde expulsar a los hicsos del valle, Ahhotep asumió la regencia de un reino que luchaba por su liberación.
Cuando fue coronado faraón, Ahmose rindió homenaje a su reina madre consagrando una estela en el templo de Amón-Re de Karnak (CGC 34001). En esta estela se puede leer como Ahhotep reafirmó la estabilidad de la corona y convenció a los enemigos del país, para que abandonaran esa oposición. Parte del texto dice así:
«Alabad a la señora del país, a la soberana de las riberas de las regiones lejanas, cuyo nombre se alza sobre todos los países montañosos, que toma las decisiones preocupándose por el pueblo. Esposa del rey, hermana de un soberano ¡vida, salud y fuerza! Hija de rey, venerable Madre del Rey, que está al corriente de los asuntos, que unió Egipto. Reunió a los notables, de quien aseguró la cohesión; reunió a los fugitivos, reagrupó a los disidentes; pacificó el Alto Egipto, rechazó a los rebeldes. La esposa del rey, Ahhotep, que vive».
Además, fue la primera mujer en recibir una condecoración militar, y no una cualquiera, sino la de mayor prestigio: tres grandes moscas de oro. Este galardón, junto a una pequeña daga adornada con una escena animal que representa simbólicamente la expulsión de los hicsos, apareció en la tumba de Ahhotep y actualmente se conserva en el Museo de Luxor.
Hija de Ahhotep y de Seqenenre Taa II fue la siguiente mujer excepcional, Ahmose-Nefertari. Hermana y Gran Esposa Real de Ahmose, la reina jugó un papel político de primer orden junto a su esposo en la reconstrucción del país tras la expulsión de los hicsos. Su nombre aparece en numerosos monumentos y relieves a lo largo de todo el valle del Nilo, y en muchas de esas representaciones la reina es representada en la misma escala que el rey y los dioses, algo muy poco habitual en la iconografía egipcia. Durante el reinado de su esposo, se invistió con el título religioso de Esposa del Dios Amón, identificándose como la encarnación de la diosa Mut y la contrapartida femenina del creador.A la muerte de Ahmose y debido a la minoría de edad del hijo y heredero, el futuro Amenhotep I, Ahmose-Nefertari asumió la regencia del país.
El harén real. Espacio de educación y conjuras
El harén del rey egipcio era una institución en la que vivían las esposas reales, tanto principales como secundarias, con sus hijos. Aquí disfrutaban de una vida lujosa, disponían de tierras para su sustento y de servicio.
Las mujeres que aquí residían tenían la labor de asegurar la sucesión, pero, mientras tanto, podían dedicarse a la música o a la confección de tejidos. Los hijos que tenían y que vivían en el harén, eran educados en palacio.
Fue en uno de estos harenes donde la competencia por el poder dio lugar a la llamada conjura del harén, un complot urdido por una esposa secundaria de Ramsés III, llamada Tiye, quien quería que su hijo Pentaweret se alzase con la doble corona en contra del heredero legítimo, el futuro Ramsés IV.El complot logró su objetivo y Ramsés III fue asesinado. Alguien le rebanó el cuello. Pero la conjura fue descubierta y los culpables cumplieron su condena. El detallado Papiro Judicial de Turín nos relata estos acontecimientos que, sin duda, hicieron tambalear a la monarquía egipcia.
Hatshepsut, la reina faraón
Hija de Tutmosis I, Hatshepsut se casó con su medio hermano Tutmosis II, el legítimo faraón. La reina, de fuerte carácter, se impuso una doble titulatura que no dejó indiferente a nadie. Además de ser la Gran Esposa Real, que definía su relación con respecto a Tutmosis II, se impuso el título de Esposa del Dios Amón, como ya hiciera Ahmose-Nefertari, situándose como la sacerdotisa principal del dios más importante del panteón egipcio en este momento, Amón. Un dios llamado «el oculto» que pasó de ser el protector de la realeza en el Reino Medio a ser el dios del Estado con el Reino Nuevo, y cuyo clero alcanzó un poder político y económico más grande que el de los propios faraones.
Durante su breve reinado, Tutmosis II apenas pasó tiempo junto a su esposa, Hatshepsut, y la hija de ambos, Neferura, debido a las constantes revueltas de los nómadas del desierto que amenazaban las fronteras de Egipto por Asia. Además, en Nubia, el joven rey tuvo que sofocar continuos alzamientos rebeldes y fue el responsable de la desaparición final del lejano reino de Kush, en Kerma. La fuerza del rey se vio mermada y se apagó definitivamente a los tres años de subir al trono, ascendiendo al cielo y dejando una situación política complicada.
El único heredero posible al trono era un niño llamado Tutmosis III, sobrino de la propia reina. Su coronación, un poco acelerada debido a las circunstancias, tuvo lugar en el templo de Amón-Re y el poder de facto cayó en manos de su tía, Hatshepsut, que actuó como regente.
Desconocemos las circunstancias que motivaron a la reina a ocupar el trono, pero a partir del séptimo año de regencia, Hatshepsut adoptó la quíntuple titulación propia de un rey: el nombre de Horus «Poderosa de kas», el Horus de Oro «Divina de apariciones», las Dos Señoras «Aquella que prospera en años», el del Junco y la Abeja «Maat es el ka de Ra» (Maat-ka-Ra) y el Hijo de Ra «Aquella que se une a Amón, la primera de los nobles» (Khenemet-Imen/Hatshepsut). El título de Esposa del Dios Amón lo heredó su hija Neferura, convirtiéndose en el principio femenino en su relación con la realeza, un aspecto fundamental para salvaguardar la Maat.
Hatshepsut se transformó en la imagen viva de Horus en la tierra, pero un Horus femenino. Su titulatura se vio complementada con la imagen, representando a partir de entonces como un hombre; mientras, en los textos monumentales se referirían a ella con formas gramaticales femeninas.
La reina faraón contaba con el apoyo del sacerdocio de Amón, por aquel entonces con un poder inmenso, pero aún necesitaba reforzar su legitimidad. Por ello, en el templo funerario de Deir el-Bahari, conocido como Djeser-Djeseru, el más sagrado de los sagrados, se proclamó hija carnal del dios Amón.
Su reinado estuvo lleno de triunfos con dos hitos clave: la exitosa expedición a Punt y su participación personal en una campaña militar contra los nubios. A partir del vigésimo segundo año de reinado, su nombre desaparece de las fuentes, dando paso al reinado de Tutmosis III en solitario. Su nombre, ausente en la Lista Real de Abydos, fue perseguido a partir del vigésimo año de reinado de Tutmosis III, para asegurar el trono a su heredero, Amenhotep II, y no motivado por la venganza, como muchas veces se ha pensado. Tutmosis III siempre estuvo agradecido a su tía por toda la labor que realizó y jamás sintió animadversión hacia ella, sino admiración.
Las mujeres de Amarna
El periodo de Amarna en Egipto (1352-1295 a. C.) nos ofrece varios nombres femeninos de la realeza que fueron excepcionales. La primera figura femenina que destacar es Tiy, hija de Yuya y Tuya, de origen no real. Gran Esposa Real de Amenhotep III y madre del futuro Akhenatón, su nombre aparece en cartuchos y su imagen es del mismo tamaño que el de su esposo y faraón. Su hijo, Akhenatón, la tuvo en alta estima; le dedicó un templo en su honor en Sedeinga (Nubia) y en algunas representaciones de las tumbas de Amarna, podemos ver a Tiy acompañar a la pareja real formada por Akhenaton y Nefertiti, como una más.
Sin duda, el nombre femenino por excelencia del periodo amárnico es Nefertiti. De ascendencia desconocida (se cree que su padre pudo ser Ay), se casó con Amenhotep IV, futuro Akhenatón y fue una pieza importante en la revolución que llevó a cabo su marido. Nefertiti llegó a realizar rituales de culto en solitario o en compañía de su hija mayor, Meritatón, una actitud que rompía con el tradicionalismo egipcio que consideraba al rey como el único intermediario entre el mundo divino y el humano, categorizando a la reina casi de faraón. Otros motivos iconográficos normalmente reservados para el rey, como las escenas de golpear al enemigo se trasladan al idioma femenino, con una Nefertiti empuñando una maza y con el estrado de su trono decorado con mujeres cautivas. La figura de la reina es reconocible gracias a sus tocados, también excepcionales. Sobre su cabeza suele portar la peluca nubia, de origen masculino y de función casi militar, o la conocida como corona azul, creada para la reina Tiy y de la que se apropia en exclusiva.
Su rostro, considerado uno de los más perfectos de la historia del arte egipcio, es en realidad una construcción artificial destinada a representar la belleza ideal de las mujeres. Nefertiti aparece como retórica de la bella ideal, una mujer tal como aparece descrita en un género literario que aparece ahora, la poesía amorosa:
«La de la larga nuca […]
Papiro Chester Beatty I
de dedos [estilizados] cual lotos,
de lomos lánguidos y cintura estrecha,
de tal modo que sus caderas acentúan su belleza» .
Su nombre desaparece de las fuentes en el año catorce del reinado de Akhenatón, pero ¿fue por completo? Algunos investigadores opinan que la reina, dispuesta a tomar las riendas del poder en Egipto, cambió su nombre por el de Ankheperure Neferneferuatón para indicar su conversión en regente. De esta manera, a la muerte de Akhenatón en el año diecisiete, la reina alcanzó el zenit de su poder, volviendo a cambiarse el nombre por Ankheperure Esmenkhare, el sucesor de Akhenatón (algunos investigadores ven en esta figura la imagen de la princesa real Meritatón, pero aún no está claro).
En este momento de confusión, nos encontramos un elemento que genera más controversia: una carta del archivo de Amarna. En la misiva, escrita por una reina egipcia anónima (se cree que Nefertiti) al soberano hitita Suppiluliuma, se puede leer: «Mi esposo ha muerto. No tengo hijos varones, pero dicen, muchos son tus hijos varones. Si me das uno de tus hijos varones se convertirá en mi esposo. Nunca escogeré a uno de mis sirvientes para hacer de él mi esposo».
Esta petición es única, ya que Egipto solía pedir princesas extranjeras y nunca un varón, un símbolo más de la supremacía egipcia sobre el resto de monarcas del Mediterráneo oriental. Ante esta carta, Suppiluliuma envió a uno de sus príncipes, Zananna quien nunca llegó a su destino. Con su desaparición, Esmenkhare se desvanece en las fuentes siendo sucedido/a por el joven Tutankhatón.
El Valle de las Reinas, el lugar de la belleza
Al sur de Tebas, cerca del famoso Valle de los Reyes, nos encontramos con un lugar que los antiguos egipcios llamaban ta set neferu, «El lugar de la Belleza». En la actualidad lo conocemos por el nombre que le puso Champollion en el siglo xix, el Valle de las Reinas.
Sin embargo, en origen no estaba destinado a las reinas, sino a los príncipes y princesas de sangre real de la XVIII Dinastía. No fue hasta la XIX Dinastía cuando Ramsés I quiso reunir a las Grandes Esposas Reales y algunas secundarias en esta necrópolis. Entre las tumbas que hoy podemos visitar destaca la de Nefertari, cuya belleza supera a las demás.
A partir de la XXI Dinastía y durante el Tercer Periodo Intermedio, pasó a convertirse en una necrópolis para personajes de sangre no real, y vinculados a las propiedades terrenales de los sacerdotes. Durante la dominación romana se convirtió en un cementerio popular y siguió siendo utilizada hasta el siglo vi d. C. cuando los coptos se asentaron en el lugar y fundaron el monasterio de Deir Rumi.
La XIX Dinastía y la última faraón de la historia de Egipto
Un nombre destaca por encima de todos en la XIX Dinastía: Ramsés II. Y a su lado tenemos a otra mujer excepcional, Nefertari, su Gran Esposa Real. Destacó de entre todas las esposas que tuvo Ramsés como su favorita y a ella le dedicó grandes honores, como la tumba más bella del Valle de las Reinas y un templo en Abu Simbel.
La reina se impuso el título de Esposa del Dios Amón y presidía ritos y fiestas relevantes al lado de su esposo. En el aspecto político, Nefertari participó de manera activa en las complicadas negociaciones de paz tras la batalla de Qadesh, al mantener una estrecha correspondencia con Pudu-Hepa, la esposa del rey de los hititas, Khattushili III.
Por último, a finales de esta misma dinastía nos encontramos con la última mujer que ejerció de Horus femenino, Tausert. Gran Esposa Real de Seti II, faraón que apenas reinó unos seis años, subió al trono como regente de Siptah, probablemente hijo de una esposa secundaria del faraón. Siptah, además de ser un niño, era un joven enfermizo, cuya momia ha desvelado que tenía la enfermedad de la polio, y, por tanto, su reinado fue muy efímero. A su muerte, Tausert subió al trono, adoptó los títulos reales y se hizo llamar «Hija de Re, Amada de Amón, Tasert».
Su reinado fue muy breve, quizá de unos dos años debido a su avanzada edad, un corto espacio de tiempo que la permitió reanudar los contactos comerciales y llevar a cabo construcciones a lo largo de todo el país. Tras Hatshepsut, fue la segunda reina que se hizo construir su tumba en el Valle de los Reyes (tumba que después sería usurpada por Setnakht, su sucesor); también hizo levantar un templo funerario al lado del Ramesseo de Ramsés II.
Tras su muerte, su nombre sufrió una damnatio memoriae por parte de su sucesor, Setnakht, dando fin a la XIX Dinastía, uno de los periodos de mayor gloria del antiguo Egipto.
En los siguientes reinados, las mujeres volvieron a estar al margen de la corona y no fue hasta la llegada de Cleopatra VII de la dinastía ptolemaica, cuando el poder volvió a tener rostro femenino. Todos los nombres que hemos mencionado aquí (y alguno más) no son sino excepciones a la norma en una sociedad en la que, si bien era muy igualitaria en cuanto a derechos entre ambos sexos, las mujeres tenían un papel subordinado al poder masculino, sobre todo en el ámbito de la realeza.
Cleopatra VII, la última reina de Egipto
Por extraño que pueda parecer, la última reina de Egipto, Cleopatra VII, nunca se sentó sola en el trono ni se autoproclamó faraón, sino que siempre estuvo acompañada de un varón. Esta situación no impidió que Cleopatra tuviera las riendas del poder en sus manos gracias a su inteligencia política.
Su primer matrimonio fue con su hermano, Ptolomeo XIII, a quien intentó apartar del gobierno; para ello, llegó a firmar documentos ella sola e incluso a representarse como un faraón masculino con faldellín y doble corona. Tras su asesinato y debido a que el gobierno en solitario de una mujer iba en contra de la tradición, volvió a subir al trono casándose con su hermano pequeño, Ptolomeo XIV, de diez años, quien murió pocos años después. El reinado pasó a manos de Ptolomeo XV, que no es otro que Cesarión, el hijo que la reina tuvo con César; Cleopatra fue su regente.
Para ampliar:
Noblecourt, Christiane Desroches, 1999: La mujer en tiempos de los faraones, Madrid, Editorial Complutense [original en francés de 1986].
Robins, Gay, 1993: Las mujeres en el antiguo Egipto, Akal, Madrid. [original en inglés de 1993].
Tyldesley, Joyce A., 2006: Chronicle of the Queens of Egypt: from early dynastic times to the death of Cleopatra, Thames & Hudson, London.