La Gran Insurrección palestina. El primer grito coral contra la colonización y el sionismo
La Gran Insurrección cambió por completo el futuro de Palestina-Israel. El pueblo palestino se levantó contra el régimen colonial británico y el sionismo en un complejo contexto en el que el ambiente previo a la II Guerra Mundial fue determinante. Sus consecuencias determinaron la posterior creación del Estado israelí y el comienzo de la Nakba o catástrofe a la que el pueblo palestino sigue haciendo frente hoy.
El 7 de septiembre de 1938 una compañía del Royal Ulster Rifles (RUR) se dirigía hacia al-Bassa, una pequeña aldea palestina cerca de Acre y de la frontera con el Líbano. La noche siguiente, una mina acabó con la vida de cuatro de los soldados, aunque existen discrepancias sobre el número de muertos entre periódicos palestinos y fuentes oficiales del ejército británico. Estos hechos parecieron «justificar» la destrucción de la aldea y la tortura y asesinato de un número importante de sus habitantes. En total, entre veinte y cien personas murieron en el ataque británico, todo ello sin que se supiese claramente quién o quiénes colocaron aquella mina. Este fue uno de los episodios más crueles de la Gran Insurrección palestina, un acontecimiento que se desarrolló entre 1936 y 1939 y que podría considerarse como el primer «gran grito» coral y organizado del pueblo palestino frente al sionismo y al régimen colonial británico. Sus causas, consecuencias y el desarrollo de esta insurrección nos permiten entender a la perfección la situación actual de Palestina-Israel.
Reino Unido, la I Guerra Mundial y el fin del dominio otomano
Para comprender lo que fue la Gran Insurrección palestina debemos remontarnos a finales del siglo xix. En aquel momento, el sionismo ─movimiento nacionalista y colonialista judío─ comenzó su proyecto de creación de una patria exclusivamente judía. Esta «solución» planteada frente al antisemitismo se basó en buscar un territorio en el que establecer una «patria judía». Después de descartar lugares como Madagascar o Chipre, el movimiento se decantó por Palestina, un territorio al que denominaban como Erezt Israel, de gran valor histórico y religioso para la religión judía. Se inició entonces un proceso de colonización al que tuvo que hacer frente el Sultanato otomano, que controlaba por aquel momento el territorio palestino. A partir de entonces, los choques entre los grupos de colonos sionistas y el pueblo palestino por la ocupación de las tierras o el uso y gestión de diversos recursos como el agua se hicieron frecuentes.
Con el fin de la I Guerra Mundial, Palestina pasó a manos británicas. La derrota alemana y austrohúngara también tuvo repercusión en el Sultanato, que había apoyado de forma activa a las potencias centrales. Su territorio se desmembró y quedó repartido principalmente entre Francia y Reino Unido. En el caso de Palestina, la Sociedad de Naciones estableció que pasara a ser administrada por Reino Unido bajo un régimen de mandato de «Tipo A». Esto significaba que Reino Unido debía «aconsejar» y «guiar» a Palestina hacia una futura independencia, aunque en la práctica era un dominio colonial similar a cualquier otro. En este punto las fricciones entre las comunidades sionistas y el pueblo palestino aumentaron aún más, todo ello ante la incapacidad británica. Realmente, las autoridades británicas aceptaron apoyar al movimiento sionista en sus intenciones coloniales antes de que el propio Sultanato otomano se descompusiera y de que acabara la guerra. Fechada en noviembre de 1917, la Declaración de Balfour fue considerada un manifiesto de apoyo público a la causa sionista por parte del Gobierno británico, pues en ella se justificaba la necesidad y el apoyo a la creación de un «hogar nacional judío» en Palestina. Este documento ─firmado por el ministro de Relaciones Exteriores británico Arthur James Balfour─ fue incorporado al texto que regía el Mandato británico, dándole validez jurídica a la colonización sionista y a su proyecto de Estado. Mientras tanto, la población palestina se veía sometida tanto al régimen británico como al proyecto colonial sionista.
El papel de la mujer en la Gran Insurrección palestina
En los años previos a la Gran Insurrección las mujeres palestinas se habían organizado como un colectivo vital en la lucha anticolonial y frente al sionismo. Prueba de ello fue la creación en 1929 de la AWA (Asociación de Mujeres Árabes), que en la primera mitad de los años treinta realizó diversas acciones de gran relevancia como la huelga general de mujeres de 1931.
Durante la Gran Insurrección, las mujeres palestinas tuvieron una importancia capital, tanto las integrantes de la AWA como aquellas que no formaban parte de ningún colectivo o asociación. Se sabe que sus labores iban desde la atención a heridos hasta el abastecimiento, recaudación de fondos, distribución de suministros o fabricación de explosivos. También participaron en enfrentamientos armados y muchas de ellas acabaron encarceladas o detenidas por las autoridades británicas.
Las mujeres palestinas demostraron durante la Gran Insurrección su relevante papel a nivel social y político, siendo un grupo de la población realmente necesario para combatir y luchar frente a la ocupación y las políticas coloniales. En los años posteriores, durante la II Guerra Mundial o la Nakba en 1948, la movilización femenina siguió siendo bastante relevante. Sin duda, lo ocurrido entre 1936 y 1939 fue una muestra de la importancia que tuvieron y tienen las mujeres para la lucha palestina.
El comienzo de la insurrección: de las guerrillas palestinas a la violencia sionista
Durante los años veinte las tensiones crecieron de forma importante. Se constituyó el Congreso Árabe Palestino, que comenzó a pedir la derogación de la Declaración de Balfour, a la vez que reclamaba la independencia y la creación de un Estado unificado con Siria, aunque en su tercera sesión se eliminó esta idea para crear el Ejecutivo Árabe. Fue entonces cuando el movimiento nacional palestino comenzó a emerger con una fuerza importante. Ante esta situación, Reino Unido apostó por aliarse con las élites palestinas con el objetivo de dividir a la población. Una de sus medidas fue apoyar la creación del Consejo Supremo Musulmán, dirigido por Hajj Amin al-Husseini muftí (jurisconsulto) de Jerusalén. Sin embargo, al-Husseini acabó renegando de la cooperación con las autoridades británicas, se convirtió en una figura clave para el nacionalismo palestino y, más tarde, acabó en el exilio.
En 1929 se produjeron importantes disturbios y manifestaciones en ciudades como Jerusalén o Hebrón. Estos demostraron la capacidad del pueblo palestino para enfrentarse al Mandato británico y fueron el antecedente más directo de lo ocurrido en 1936. Las protestas fueron la consecuencia de la cada vez mayor colonización sionista y de la pérdida de tierras palestinas ante la pasividad de las autoridades del Mandato. Ante esto, Reino Unido decidió nombrar una comisión encabezada por sir Walter Shaw para investigar la situación y proponer diversas soluciones. El informe resultante recomendó la reconsideración de la transferencia de tierras a comunidades judías. Esto llevó a la creación de la comisión encabezada por John Hope-Simpson, que concluyó que las prácticas sionistas estaban atacando a la economía y vida cotidiana palestina. Pero todos estos intentos británicos de buscar una solución no fueron efectivos y las protestas siguieron extendiéndose, mucho más tras la creación en 1932 del Fondo Nacional Árabe, que buscaba comprar tierras antes de que llegasen a manos sionistas. Ese mismo año, el Congreso Nacional de la Juventud Palestina apostó por incrementar las movilizaciones. La tensión era cada vez mayor y las confrontaciones violentas cada vez más frecuentes.
En esta situación, pese a que las autoridades británicas intentaron contener la inmigración judía, el contexto global rompió con todas sus medidas. El ascenso de Hitler al poder en Alemania fue uno de los factores que determinó que entre 1933 y 1936 el Yishuv (comunidad judía en Palestina) aumentase de forma considerable. Pero no fue solo la cada vez mayor presión sionista-colonial lo que llevó al pueblo palestino a levantarse frente a las autoridades británicas. En 1935, el Parlamento británico rechazó la creación de un Consejo Legislativo palestino, lo que limitó las posibilidades gubernamentales y de autonomía palestinas. Esto contrastó con la situación regional de los primeros meses de 1936, cuando se firmaron el Tratado franco-sirio de Independencia y el Tratado anglo-egipcio, que determinaba la retirada de las tropas británicas de Egipto salvo del Canal de Suez. Mientras otros territorios ganaban autonomía, Palestina seguía bajo un régimen colonial sin margen de maniobra.
A todo ello hay que unir el asesinato por parte de tropas británicas de Izz al-Din al-Qassam, líder de la guerrilla anticolonial Al-Kaff Al-Aswad (Mano Negra). Desde 1933, al-Qassam constituyó una organización guerrillera compuesta por hombres y mujeres que realizó diferentes acciones de sabotaje y ataques a enclaves británicos o sionistas. Se convirtió en una figura clave en la lucha anticolonial y su muerte le dio un mártir a la causa palestina, a la vez que un motivo para levantarse contra el dominio colonial.
Estos acontecimientos determinaron que en abril de 1936 estallase la Gran Insurrección palestina. Todo comenzó cuando diferentes organizaciones palestinas de varias ciudades llamaron a la huelga pacífica. Después de que las fuerzas coloniales británicas reprimieran con disparos estas movilizaciones, el muftí al-Husseini impulsó con el apoyo de diferentes colectivos y personalidades de la sociedad civil y la política palestina la creación del Comité Superior Árabe. En mayo, el Comité declaró la huelga general, buscando presionar a las autoridades británicas con el objetivo de que estas parasen la inmigración judía y de que facilitasen una futura independencia palestina. La huelga se prolongó hasta otoño y el Alto Comisionado británico, impresionado por la fuerza de las protestas, optó por declarar el estado de excepción. La censura de prensa, las detenciones arbitrarias y las torturas por parte de las fuerzas del orden británicas se sucedieron en esos meses. Reino Unido comenzó a ver que el pueblo palestino se había organizado y que esta insurrección suponía un problema importante para sus intereses coloniales.
La figura de Amin al-Husseini
Amin al-Husseini ocupaba durante las décadas de 1920 y 1930 la cúspide del poder político palestino. Durante la Gran Insurrección acabó exiliándose junto a un grupo de notables palestinos, después de que las autoridades del Mandato mostrasen su predisposición a detenerlos.
Durante los primeros momentos en el exilio buscó una forma de proporcionar armas y suministros a las guerrillas palestinas. Pasó por Transjordania, Líbano e Irak en busca de diferentes alianzas para apoyar la lucha contra el Mandato, lo cual lo acercaba a colaborar con los «enemigos» de Reino Unido en aquel momento: la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini. Tras la Gran Insurrección visitó Roma y Berlín y colaboró con el nazismo y fascismo en el reclutamiento de musulmanes (albaneses o bosnios principalmente) para diferentes cuerpos militares como las SS. Realmente fue una estrategia individual, en Palestina fueron muchas las organizaciones árabes que se manifestaron contra el eje Roma-Berlín.
Soluciones imposibles llegadas desde el Parlamento británico
Tras el verano de 1937, la sublevación adquirió un carácter más violento. Se pasó de una gran huelga organizada a combates y enfrentamientos entre guerrillas palestinas, grupos paramilitares sionistas y el ejército británico. Ante esta situación, las autoridades coloniales tomaron una serie de medidas mucho más duras, como prohibir todos los partidos políticos nacionalistas o condenar a muerte a cualquier palestino que tuviera armas. A su vez, el Comité Superior Árabe fue prohibido en septiembre de 1937 y buena parte de sus integrantes fueron deportados. Más allá de las prácticas represivas, el Reino Unido apostó por crear la llamada Comisión Peel. Dirigida por William Peel, la Comisión visitó Palestina con el objetivo de analizar y proponer una solución a la compleja situación. Su recomendación fue dividir el territorio en un «pequeño» Estado judío y un Estado árabe de mayores dimensiones que se uniría a Transjordania; a su vez se planteó la necesidad de que se produjese un «intercambio de población» entre zonas y de que Reino Unido conservase ciertos lugares estratégicos. Este plan fue rechazado por la comunidad palestina y aceptado por el rey Abdalá de Transjordania. Por su parte, el líder sionista Ben Gurión vio aceptable la propuesta pese al reducido tamaño del Estado judío que se planteaba.
El motivo de que el sionismo se mostrase a favor de lo propuesto en la Comisión Peel fue realmente estratégico, la intención era utilizar una pequeña parte del territorio como espacio inicial para ir aumentando su extensión. Unos planes que no eran nada utópicos, ya que debe tenerse en cuenta que durante la Gran Insurrección se aceleró de forma importante la expulsión de población palestina de sus tierras. Grupos paramilitares sionistas como la Haganá y el Irgún atacaron poblaciones palestinas o acometieron diferentes atentados. La fuerza de estas agrupaciones se incrementó con el apoyo británico. Esta colaboración quedó plasmada en los Escuadrones Especiales Nocturnos, un cuerpo sionista-británico que realizó diferentes operaciones que acabaron con torturas y asesinatos. También, las autoridades británicas crearon el Notrim, un cuerpo policial-paramilitar judío que patrullaba diversas infraestructuras y velaba por los intereses de los colonos. En esencia, tanto el pueblo palestino como británicos y sionistas chocaban de forma cada vez más violenta según avanzaba el tiempo, con un gran coste humano que acabó sufriendo de forma más importante el bando palestino. Esto último se debió principalmente a que los grupos de jóvenes palestinos armados se enfrentaron de forma directa con el ejército británico, que en un clima previo al de la II Guerra Mundial no quiso mostrar debilidad alguna y utilizó toda su fuerza para masacrar a estas guerrillas. A su vez, también cabe señalar que se crearon diversos campos de concentración en los que se recluyó a miles de personas palestinas.
Así, Reino Unido conformó la denominada Comisión Woodhead, que buscó establecer una propuesta de partición del territorio «realista». En noviembre de 1938 este organismo publicó un informe en el que veía «impracticable» la división. Ante este bloqueo, el gobierno británico del conservador Neville Chamberlain se vio presionado por distintos frentes. En primer lugar, el pueblo palestino se negaba a seguir siendo expulsado de sus tierras y a vivir bajo el régimen colonial que apoyaba al sionismo y sus planes segregadores y colonialistas. Por otro lado, Hitler ya tenía el control de Checoslovaquia y Austria, donde también puso en práctica políticas antisemitas que provocaron una gran cantidad de judíos desplazados, lo que presagiaba un conflicto global inminente. Como consecuencia, el sionismo se hizo más fuerte y reclamó un «mayor espacio», mientras renegaba de cualquier restricción migratoria británica, lo que aumentaba de presión para Reino Unido.
La solución ante la compleja situación que Chamberlain y su Gobierno intentaron poner en marcha se plasmó en el Libro Blanco de MacDonald, publicado en noviembre de 1938. Este documento proponía la restricción de la inmigración judía y de la transferencia y pérdida de tierras palestinas para evitar la partición y apostar por la creación de un único Estado. Esta solución era fruto de la presión ejercida por el pueblo palestino durante la Gran Insurrección, cuya fuerza puso de manifiesto que Palestina no podía transformarse en un Estado judío. Pese a ello, esta propuesta no convenció por completo al lado palestino, que buscaba acabar con el colonialismo británico y sionista. De igual modo, el sionismo rechazó rotundamente el Libro Blanco, amparándose en lo que se «prometió» en la Declaración de Balfour.
El intento británico por calmar la situación en Palestina, con la II Guerra Mundial a punto de comenzar, no contentó ni a la población palestina ni al sionismo. Del lado palestino se veía a las autoridades del Mandato como incapaces de dar una solución lejos de la violencia, después de innumerables torturas, detenciones arbitrarias u otro tipo de acciones sobre población civil (más allá de 1936-1939) como las ocurridas en al-Bassa. Por otro lado, el sionismo se había militarizado y la violencia se empezó a ver como una solución con cada vez más apoyos. La II Guerra Mundial «paralizó» la situación, que terminó por recrudecerse de forma rápida e intensa en 1948.
En definitiva, podría decirse que la Gran Insurrección palestina demostró de forma clara y rotunda el rechazo palestino al sionismo y al colonialismo. Aunque existían diversos precedentes de protestas e insurrecciones (como la de 1929), lo ocurrido entre 1936 y 1939 marcó un antes y un después. El Mandato Británico quedó bastante «dañado», con el sionismo y las reclamaciones palestinas contra su autoridad y gestión; un problema de gran gravedad para Reino Unido, que acabó renunciando al territorio tras la II Guerra Mundial en beneficio de la creación del Estado israelí. A su vez, el pueblo palestino se enfrentó a una nueva problemática tras la Gran Insurrección, los que habían sido sus líderes habían muerto o se encontraban en el exilio. Esto determinó que el nacionalismo palestino quedase bastante «desdibujado» o dañado, lo cual dejaba un espacio de liderazgo y gestión que fue ocupado por los Estados árabes del entorno tras la II Guerra Mundial. En este contexto, la falta de organización en el seno palestino y las injerencias de los Estados árabes del entorno determinaron en cierto modo la catástrofe o Nakba que sufrió el pueblo palestino en 1948, cuando el sionismo a través de la violencia le arrebató el hogar a más de 700 000 personas. Sin duda, la Gran Insurrección fue un primer gran grito contra el colonialismo y el sionismo, el comienzo de una lucha por existir (y resistir) que el pueblo palestino ha mantenido hasta nuestros días.
El sionismo y el nazismo
Pese a las más que patentes políticas antisemitas del régimen de Adolf Hitler, hubo ciertos sectores del sionismo que mantuvieron estrechos contactos con la Alemania nazi.
Se conoce que el sionismo alemán, en su búsqueda de apoyos y financiación, se ofreció a colaborar con el nazismo firmando un acuerdo comercial, todo bajo el auspicio de la Organización Sionista Mundial. A su vez, la Haganá, organización paramilitar sionista de gran relevancia en aquel momento, mantuvo contactos con las SS en 1937 con el objetivo de realizar trabajos de espionaje para perjudicar a los británicos.
Más allá de la Haganá o el sionismo alemán, cuyos vínculos con el nazismo son previos a la II Guerra Mundial, destaca el caso del Lehi. Esta organización paramilitar, en muchos aspectos más radical incluso que la Haganá, estableció contactos en 1941 con el régimen de Hitler. Su propuesta radicaba en participar en la guerra junto al Eje, a través de la lucha contra las fuerzas británicas en Palestina. A cambio, demandaban la creación de un estado totalitario de base judía y nacionalista, vinculado al Reich. Todo ello pese a las políticas antisemitas alemanas y a que el sionismo se había posicionado mayoritariamente en favor de los Aliados.
Para ampliar:
Basallote Marín, Antonio; Checa Hidalgo, Diego; López Arias, Lucía y Ramos Tolosa, Jorge, 2017: Existir es resistir. Pasado y presente de Palestina-Israel, Granada, Comares.
Pappé, Ilan, 2007: Una historia de la Palestina moderna: una tierra, dos pueblos, Barcelona, Akal.
Ramos Tolosa, Jorge, 2020: Una historia contemporánea de Palestina-Israel, Madrid, Los libros de la Catarata.