Jamás ha existido a lo largo de la historia un punto en el planeta tan disputado, codiciado y «divinizado» como la ciudad vieja de Jerusalén. Entre el islam, el cristianismo y el judaísmo y dividida en cuatro barrios (armenio, judío, cristiano y musulmán) es un lugar de contrastes, en el que el pasado marca el presente y el futuro. Mikel Ayestaran, reconocido periodista afincado desde hace años en la ciudad, nos muestra precisamente esa particular esencia de la ciudad vieja en su obra Jerusalén, santa y cautiva (Península, 2021).
En junio de 1967, como consecuencia de la guerra de los Seis Días, el ejército israelí ocupó los territorios palestinos de Cisjordania, Gaza y Jerusalén Oriental. Este último lugar tuvo un significado para el sionismo que trascendía la mera incorporación de un territorio. Mientras, para el Estado israelí la ciudad vieja era lo verdaderamente relevante, un espacio de unos 0,9 km2 que alberga algunos de los lugares más sagrados para el islam, el judaísmo y el cristianismo como son el Santo Sepulcro, el Muro de las Lamentaciones, la Cúpula de la Roca o la mezquita de Al-Aqsa.
Unos «contrastes» cotidianos
Antes de la entrada de las tropas israelíes en la ciudad vieja, esta se organizaba en cinco barrios: armenio, judío, cristiano, musulmán y marroquí. Este último fue demolido por completo y anexionado al barrio judío, construyéndose en el espacio que ocupaba una explanada frente al Muro de las Lamentaciones. Un hecho bastante representativo para poder comprender cómo desde ese momento la ciudad vieja vive en una situación de contrastes. El ejemplo más claro puede observarse en la situación de represión y ocupación que vive la población palestina, que llama la atención si la comparamos con la de la población judía, que cada vez ocupa más espacios de la ciudad vieja con el apoyo del ejército y las autoridades israelíes.
Unos «contrastes» que se pueden observar en la cotidianeidad. Es a través de las historias a pie de calle como Mikel Ayestaran nos presenta la realidad de la ciudad vieja, cuál ha sido su pasado y cuál puede ser su futuro. Y es que entrevistar a una familia que lleva más de 50 años vendiendo knafeh (dulce típico palestino) en el barrio musulmán puede ser la mejor forma de comprender muchas de las dinámicas que rigen la vida en esta parte de Jerusalén. A su vez, charlar con el más joven de una saga familiar de tatuadores que se dedican a marcar a peregrinos y peregrinas cristianos en Jerusalén desde hace siglos nos puede revelar cómo «la fe» mueven los engranajes de la ciudad.
Espacios santos en medio de una colonización
Lo cierto es que la mejor forma de entender Jerusalén es remontarnos al pasado. Persas, seléucidas, romanos u otomanos crearon la actual mezcla entre religión e historia visible en sus calles, en sus habitantes y en los millones de peregrinos y turistas que la visitan. La realidad es que en la actualidad el legado patrimonial más visible es el de época omeya y otomana, cuyos ejemplos más representativos son Al Aqsa o la Cúpula de la Roca. Unas construcciones, calles o restos arqueológicos que están siendo «difuminados» y que se encuentran en peligro a causa de las políticas coloniales israelíes. Esta es una de las cuestiones que mejor se refleja a diario, en el ámbito más cotidiano, como bien se puede apreciar en la obra de Ayestaran. Son varias las ocasiones que el libro deja patente el continuo reclamo por parte de importantes representantes de grupos empresariales, políticos y religiosos sionistas de demoler la Cúpula de la Roca para construir sobre ella el denominado Tercer Templo de Jerusalén. Este lugar, uno de los más tensos del planeta, es donde se encuentra la Piedra Fundacional o Angular. Esta roca, justo en el centro de la Cúpula del mismo nombre, es identificada por el islam como el el punto exacto desde el que Mahoma inició su Viaje Nocturno. Al mismo tiempo, para el judaísmo es el espacio más sagrado, la roca a partir de la que surgió el mundo que se encontraba en lo que fue el Segundo Templo. Una cuestión reflejada en el libro de forma transversal y que hoy es uno de los grandes puntos de fricción entre el pueblo palestino y las fuerzas colonizadoras israelíes.
Más allá de la Explanada de las Mezquitas o Monte del Templo (para el judaísmo) el barrio cristiano alberga el Santo Sepulcro, uno de los lugares más sagrados para el cristianismo. En él se encuentran la tumba donde Jesús resucitó y el lugar donde fue crucificado (el Calvario). Un lugar en el que impera una especie de statu quo entre las diferentes iglesias, que en muchas ocasiones se ha mostrado frágil. Como bien describe Ayestaran en su obra, católicos, ortodoxos, griegos y armenios se reparten el espacio, con pequeños conflictos ocasionales que, incluso, han llegado a las manos. A esta representación hay que añadir la de coptos, siriacos y etíopes, que en menor medida mantienen su presencia. En esencia, un conjunto representativo del cristianismo que custodia un espacio en pleno barrio cristiano, donde la colonización israelí avanza también con la compra de diferentes edificios. La colonización y ocupación no se reduce solo al barrio musulmán.
El barrio armenio: un rincón desconocido
Mucho menos conocido es el barrio armenio, un rincón de la ciudad vieja en el que se observan todas las particularidades de la comunidad armenia en Jerusalén, que llegó a la ciudad en el siglo iv aproximadamente. Si algo queda claro en la obra de Ayestaran es que esta comunidad ha desarrollado una historia propia, única y diferenciada.
Quizá lo que más destaca de la comunidad armenia es su interés por pervivir. Un ejemplo de ello sería el de Armad, un movimiento creado por un grupo de jóvenes que busca cohesionar la comunidad a la vez que tender puentes entre esta, la Iglesia y el resto de la población de Jerusalén. Las acciones de esta asociación intentan básicamente unir a su propia comunidad y conectarla con el resto, promoviendo el aprendizaje del hebreo y árabe a la vez que armenio o una mayor conexión con la Iglesia armenia, que parece solo centrada en asuntos espirituales. La lucha por «reactivar» la vida en un barrio a la vez que por revivir la comunidad parece algo utópico, más aún con las trabas israelíes a la llegada de jóvenes de Armenia, a quienes no permite tener un visado de trabajo. Como Ayestaran deja entrever en las páginas de su obra tras la entrevista a Harout Baghamian (fundador de Armad), las dificultades ante las que se enfrenta la comunidad armenia de Jerusalén son difícilmente superables. Aunque, si el pueblo armenio ha logrado sobrevivir a un genocidio tan duro como el perpetrado por el Sultanato otomano, cualquier cosa puede ocurrir.
Esta «gris» situación contrasta con el color que aporta la cerámica armenia a la ciudad vieja. Como bien relata Ayestaran, tres grandes talleres se encuentran en el barrio armenio, todos ellos fundados después de que las autoridades británicas invitaran al maestro armenio David Ohannessian para restaurar las fachadas del Domo de la Roca hace casi un siglo. Esto permitió a Ohannessian salvarse del genocidio otomano y constituyó el germen de la tradición cerámica armenia en Jerusalén, que a tantas personas atrae.
La historia de la ciudad vieja de Jerusalén es sin duda la mejor forma de entender cuál es su realidad actual. Para comprender ese pasado contamos con las vivencias de lo cotidiano que genera un espacio de reducidas dimensiones. Los restaurantes de hummus, la cerámica armenia o los peregrinos son elementos usados por Mikel Ayestaran para acercarnos a una ciudad que vive entre la ocupación israelí y la divinidad que aportan las diferentes religiones presentes en la misma. Porque claramente Jerusalén es una ciudad santa, pero también cautiva.
Título: Jerusalén, santa y cautiva.
Autor: Mikel Ayestaran.
Publicación: 2021.
Editorial: Península.
Encuéntralo en tu librería más cercana.
Publicamos este artículo en abierto gracias a los suscriptores y suscriptoras de Euxinos. Sin su apoyo nuestra revista no existiría. Si quieres acceder a todos nuestros contenidos y ayudarnos a seguir adelante puedes suscribirte desde aquí.