Euxinos

Cerca de la historia

Edad Antigua

Xerxes I, más allá de las Guerras Médicas

Nota editorial: la autora utilizada la formulación «antes de la era común» [AEC] para la periodización de la historia. Es el equivalente laico a la tradicional división antes y después de Cristo.

Xerxes I (Khshayaṛshā en persa) fue el sucesor de Darío I y uno de los reyes más importantes de la dinastía aqueménida. Pero muchas veces la figura de Xerxes queda relegada al rey que perdió las Guerras Médicas, lo que no deja ver la repercusión que tuvo para el Imperio persa. Además, la mala fama que le dio Heródoto (y después el cine) no ayuda. En este artículo vamos a conocer a Xerxes más allá del conflicto con los griegos, descubriendo a un monarca que fue por encima de todo un patrón de las artes y aquel que consiguió consolidar lo que empezara su padre: la identidad imperial.

Xerxes, de príncipe a futuro Rey de Reyes

Xerxes nació aproximadamente hacia el 518 AEC y recibió la que estaba considerada como la educación más exquisita de la Antigüedad en aquel momento. Los aqueménidas ponían mucho interés en que tanto los futuros gobernantes como los hijos de las élites tuviesen la mejor formación posible. La educación espartana tiene fama de ser increíblemente estricta, pero la de los persas no se quedaba atrás. Los niños vivían en las dependencias designadas para las mujeres (que no en los harenes) hasta los cinco años, con sus madres. Después se los acomodaba en una parte separada del complejo para empezar su instrucción. Como escribe Richard Stoneman, el objetivo era que crecieran siendo hombres «sabios, justos, prudentes y valientes».

Las primeras horas del día estaban destinada al ejercicio físico. Según nos cuentan tanto fuentes griegas como persas, a los niños se los levantaba al amanecer y empezaban con una carrera de aproximadamente ocho kilómetros. Después los enviaban a clase, donde se les enseñaba a leer y a escribir, matemáticas, legislación y hasta tenían instructores vocales que les ayudaban a perfeccionar su conversación y su habilidad para hablar en público. También estudiaban historia, la de la dinastía aqueménida y la de sus ancestros. Quienes estaban a cargo de la educación de los jóvenes eran los eunucos y los magi, los sacerdotes mazdeístas.

Relieve de Xerxes I, c. 480, Persépolis, Irán. ©Jona Lendering/Wikimedia Commons.

Después de haber pasado prácticamente todo el día en la escuela, los niños entrenaban con las armas; especialmente la lanza y el arco, con entrenamiento de tiro a caballo y en tierra. Algunas fuentes cuentan que, para curtir su carácter, se los lanzaba a ríos de agua helada. No sabemos cuánto de esto es verdad, pero lo que sí ocurría era que los príncipes acompañaban a sus padres en las partidas de caza. Una vez allí, se les encomendaba el liderazgo de pequeños grupos formados por los hijos de nobles y generales, y se les encargaban expediciones de las que, por supuesto, tenían que regresar exitosamente. Como cabe esperar, las fuentes persas cuentan que Xerxes era excepcional en todas y cada una de las actividades.

Xerxes fue el sucesor que Darío designó personalmente, pero no era algo que le correspondiese directamente, ya que no era el mayor de sus hijos. Como el propio Xerxes reconocería en su inscripción en Persépolis, Darío tenía otros hijos, pero «así fue el deseo de Ahura Mazdā: Darío, mi padre, me hizo el más grande después que él» (XPf §4). En realidad, la ascensión de Xerxes al trono fue algo más que simple voluntad divina. La ventaja con la que contaba era tener la combinación perfecta de linaje y ambición. Su madre era Atossa (Utautha en persa antiguo), la hija de Ciro y la viuda de Cambises y Bardiya (que eran los hijos de Ciro y de quienes hablamos en el artículo sobre Darío I). Así que Xerxes era nieto directo de la persona más importante para los aqueménidas en su narrativa de autodefinición.

Sin embargo, no bastaba con presumir de partida de nacimiento. Xerxes tuvo que demostrar que estaba en su derecho de gobernar. Su hermano mayor (Artobazanes según Heródoto y Ariaramnes según Marco Juniano Justino) intentó oponerse, pero Xerxes se apoyó en que, cuando su hermano había nacido, Darío todavía no era rey. Por lo tanto, él, que había nacido más tarde y además de Atossa, era el único a quien le correspondía ocupar el trono. Pese a todo, la ascensión al poder de Xerxes fue bastante más tranquila que la de su padre. Aunque la paz no fue muy duradera. El Imperio aqueménida estaba en el ápex de su expansión geográfica, y un territorio tan grande que administrar conlleva problemas igual de grandes. Poco después de su coronación, Xerxes tuvo que movilizar rápidamente sus tropas y llevarlas a Egipto y a Babilonia ante revueltas que habían estallado cuestionando su autoridad y la de los aqueménidas en general. La última campaña en Babilonia fue especialmente cruda, pero finalmente consiguió sofocar la rebelión y restaurar su poder.

Contra los adoradores de los daeva
Heródoto, como cabe esperar, no tenía a Xerxes en muy alta estima después de las Guerras Médicas, así que casi cualquier información que llegase a sus oídos era susceptible de ser usada en su contra. Una de las historias que circulaba alrededor de Xerxes era una supuesta intolerancia religiosa hacia otros cultos. La acusación parece estar fundamentada en una de las inscripciones conservadas en Persépolis y en Pasargada, la Inscripción-daeva. En el mazdeísmo, los daevas son los espíritus y divinidades al servicio de Angra Mainyu, que es el opuesto de Ahura Mazdā. Este último, además de ser la cabeza del panteón, era la divinidad protectora que ya hemos visto en otros artículos asociada a los reyes aqueménidas, especialmente a Darío. Pero la palabra daeva también era usada para referirse a divinidades foráneas, fuera del culto mazdeísta.
La Inscripción-daeva estaba escrita en persa antiguo, pero se hicieron copias en elamita y en babilónico. Han sido los fragmentos de estas los que han ayudado a reconstruir el texto prácticamente en su totalidad. Lo que más llamó la atención a los autores griegos fue la mención de ciertas naciones «rebeldes», contrarias a la creencia en Ahura Mazdā, y la inclusión de la palabra daeva. Antiguamente se creía que estas dos palabras juntas, «rebeldes» y daevas, hacía alusión a una reacción de Xerxes ante las revueltas de Babilonia, ya que allí la religión no era el mazdeísmo. Por lo tanto, los aqueménidas estarían llamando a los babilonios «demonios», casi literalmente. Sin embargo, como suele pasar con muchas de las cosas que cuenta Heródoto, no hay pruebas de que hubiese ninguna represión religiosa en Babilonia, y algunos de sus mensajes expresan un sentimiento antiaqueménida derivado de las circunstancias.

El rey constructor

Una faceta normalmente desconocida de Xerxes es su activo papel como promotor de las artes y de los proyectos de construcción. Durante su reinado, invirtió mucho dinero en engrandecer las capitales de su imperio, especialmente Persépolis y Susa. La primera de ellas fue fundada por Darío I hacia el 515 AEC, y fue realmente Xerxes el que estuvo encargado de su segunda fase constructiva y de su expansión. En una de sus inscripciones, el propio rey dejó constancia de que, siendo que había heredado el trono y la ciudad por la gracia de Ahura Mazdā, le correspondía completar la labor iniciada por su padre y convertir la ciudad en la majestuosa capital que debía ser.

Inscripción XV de Xerxes en la fortaleza de Van, noreste de Irán. Wikimedia Commons.

Xerxes supervisó la finalización de la Apadana, la enorme sala hipóstila donde el Rey de Reyes recibía a los embajadores. Junto a ella estaba la Sala de las Cien Columnas, usada también como sala del trono, empezada por Xerxes pero terminada por su hijo Artaxerxes. También añadió un pequeño palacio al sur de esta, una construcción que se llamó tachara o tachar, «el palacio de invierno». A veces se le ha llamado «palacio de Darío», pero es muy poco probable que este viviese lo suficiente como para verlo terminado. Por supuesto, Xerxes construyó su propio palacio, el doble de grande que el de Darío, cuyo nombre en persa era hadish, «lugar de vivienda». El último palacio que mandó construir en Persépolis fue el destinado a las mujeres. Como se ha mencionado antes, las reinas, princesas y damas vivían en dependencias separadas. El edificio estaba organizado en torno a un espacioso patio con un gran jardín central. Además de Persépolis, Xerxes construyó un palacio ampliando el que había empezado su padre.

Pero sus proyectos urbanísticos no consistieron únicamente en palacios. El botín de guerra acumulado por las campañas militares de Xerxes era tan grande que no cabía en la tesorería que Darío había construido inicialmente, así que tuvo que expandirse hacia el norte. Además, el área sur de la plataforma sobre la que está la ciudad se llenó de edificios y dependencias, probablemente dedicadas al almacenamiento y a la administración. La construcción más famosa durante el reinado de Xerxes, no obstante, es la Puerta de Todas las Naciones. El nombre de esta puerta ha cambiado bastante a lo largo de la historia debido a las traducciones. Originalmente, Xerxes la nombró duvarθim visadahyum, que puede interpretarse como «la puerta de todos los territorios». Algunos arqueólogos que trabajaron en Persépolis en el siglo xx como Ernst Emil Herzfeld (1879-1948) emplearon la palabra «naciones», que es la que ha terminado asentándose en el imaginario colectivo. Esta puerta es uno de los pocos edificios que conserva una inscripción en la que se la bautiza. Siguiendo la tradición instituida por su padre, Xerxes mandó grabar un mensaje en las tres lenguas imperiales: persa antiguo, babilónico y elamita. Esta inscripción describe a Xerxes como el escogido por Ahura Mazdā y como «el gran rey, rey de reyes, rey de todos los territorios y de muchos hombres, el rey en lo ancho y largo de esta gran tierra, el hijo de Darío, un Aqueménida» (inscripción XPa). Además, en esta inscripción también aparece el nombre original de la ciudad, que era Pārsā.

Puerta de Todas las Naciones, c. 480 BCE, Persépolis, Irán. ©Sina Moradbakhti/Wikimedia Commons.

La construcción de la puerta cambió el acceso a los palacios; antes el acceso estaba en el sur, pero la puerta la desplazó al oeste. La entrada estaba protegida por criaturas mitológicas asociadas con la vigilancia y la guardia: los lamassu en el acceso este, que tienen su origen en el arte asirio y babilónico, y los toros colosales en el acceso oeste. Estas criaturas no solo custodiaban la puerta y mantenían a raya a los malos espíritus, sino que eran el primer contacto con la monumentalidad de Persépolis para los visitantes, ya que tenían que pasar junto a ellos para acceder a las demás dependencias. Era al mismo tiempo una estructura de protección y una declaración de intenciones. La puerta está marcada con dibujos e inscripciones de diferentes viajeros que visitaron Persépolis y decidieron que era una buena idea dejar sus nombres, la fecha y básicamente un recuerdo para la posteridad en forma de «estuve aquí».

Atenas en llamas
Por lo que más se conoce a Xerxes es por la campaña fallida en Grecia dentro de lo que se conoce como las Guerras Médicas. Pero pocas veces se cuenta que, a pesar de ser derrotados, los persas consiguieron no solo entrar en Atenas, sino destruirla. En 480 AEC y después de la victoria en la batalla de Termópilas, toda Beocia había caído ante los ejércitos aqueménidas, incluidas las ciudades de Tespias y Platea. El Ática había sido vaciada y no opuso resistencia, ya que se habían hecho esfuerzos por evacuar a la población a Salamina. Mientras los aliados del Peloponeso preparaban la ofensiva, Atenas quedó abandonada a los persas, que hacia principios de septiembre lograron superar las pocas defensas de la ciudad. Xerxes ordenó que la ciudad ardiese y así fue. La Acrópolis fue arrasada, y los antiguos templos de Atenea y el Partenón fueron destruidos. El destrozo llegó a tal nivel que los arqueólogos alemanes acuñaron un término para referirse a los restos arqueológicos que aparecieron con muestras de destrucción: el Perserschutt o «escombros persas».
Los aqueménidas fueron definitivamente derrotados en Salamina y Platea, y abandonaron Grecia poco después. Pero la destrucción de Atenas, según algunos autores como Plutarco y Diodoro de Sicilia, quedó muy arraigada en la memoria colectiva. Por eso, cuando en 330 AEC Alejandro Magno (Eskandar para los persas) derrotó al último de los Aqueménidas, Darío III, destruyó Persépolis a modo de retribución. Cuánto de esto es real y cuáles eran las verdaderas intenciones de Alejandro es algo que todavía se está debatiendo.

La muerte de Xerxes

Xerxes fue asesinado y las historias que tenemos al respecto coinciden en algunos puntos y difieren en otros. Ante la ausencia de fuentes persas, los autores clásicos son los habitualmente utilizados, especialmente las versiones de Ctesias, Diodoro de Sicilia y Justino. En las tres fuentes la figura clave es Artabanus, hijo de Astasyras y posiblemente originario de la provincia de Hircania. El cargo que ocupaba no está claro; parece que podría haber sido un visir o un guardaespaldas al servicio personal del rey aqueménida. Artabanus quiso quitar a Xerxes del medio para hacerse con el poder, así que con ayuda de un eunuco entró en sus aposentos una noche y lo apuñaló. Después fue a avisar a Artaxerxes (Artaxshachaen persa), el hijo mediano de Xerxes, y le informó de que su hermano mayor Darío acababa de asesinar a su padre. Aquí tenemos versiones diferentes de cómo pasó, pero los tres autores coinciden en que Artaxerxes mandó matar a su hermano. Inmediatamente después Artabanus y sus hijos intentaron acabar con el príncipe, pero él los derrotó a todos y acabó cortándole la cabeza a Artabanus, descubriendo su traición.

Cabeza de un príncipe o de una reina aqueménida hecha en lapislázuli, s. V AEC. Museo arqueológico nacional, Teherán. Livius.

Los investigadores, sin embargo, se mantienen escépticos al respecto de esta historia. La fecha de muerte de Xerxes puede contrastarse con una única tablilla que se ha conservado que indica que Xerxes fue asesinado por su hijo, entre el 4 y el 8 de agosto del 465 AEC. La historia de la conspiración de Artabanus pasa por alto otros factores de importancia en la línea de sucesión, como la posición de la reina Amestris, y el hecho de que Xerxes tenía tres hijos reconocidos: Darío, Artaxerxes e Histaspes (Vishtāspa en persa). Algunos historiadores, como Richard Stoneman, proponen que la conspiración pudiese haber sido orquestada por Amestris y Artaxerxes, aprovechándose del resentimiento general en la corte por las campañas fallidas en Grecia. Otra propuesta es que Artabanus sea un producto de la imaginación de autores como Heródoto, y que en realidad hubiese sido Darío quien hubiese asesinado a su padre. Entonces, y siguiendo la estela de su abuelo, Artaxerxes habría inventado a Artabanus para tener una excusa que le permitiese deshacerse de su hermano y gobernar. La realidad es que existen todavía muchas sombras al respecto del final de la historia de Xerxes, y queda mucha investigación por delante.

Xerxes y la historia de Esther
Xerxes aparece a menudo relacionado con la historia de Esther, un relato que cuenta los orígenes de la fiesta de Purim. Purim, según el relato hebreo, conmemora la salvación de los judíos del Imperio aqueménida de las manos de Haman, un dignatario persa, a través de la intervención de la reina Esther, también de origen judío. ¿Pero cuánto hay de verdad y cuánto hay de ficción en esta historia?
En el Libro de Esther, que es parte de los Ketuvim o «Escritos», se habla de Esther, una mujer judía que se casó con el rey de Persia Ahasuero (a veces Asuero). La reina y su tío Mardoqueo (o Mordecai, que en otras versiones es su primo) descubrieron un complot para asesinar al rey. Esto puso de mal humor a Haman, el antagonista de la historia, que decidió vengarse asesinando a todos los judíos. Ahasuero le dio permiso para llevar a cabo la operación, pero Esther intervino, revelando su verdadera fe, y por lo tanto salvando a su pueblo. Este es el relato tradicional de la fiesta de Purim, pero históricamente se ha demostrado que tanto los personajes como los acontecimientos son ficción histórica.
Ahasuero se identifica con Xerxes, pero es muy poco probable que este hubiese tomado una esposa fuera de los círculos de las familias más importantes de la nobleza aqueménida. Además, la verdadera esposa de Xerxes fue la reina Amestris (Amāstrī en persa). El relato tiene muchas incoherencias históricas. Uno de los argumentos para creer en su autenticidad es la descripción detallada de la corte de los aqueménidas. Sin embargo, se descubrió que el libro se había escrito en época helenística, y que estas descripciones fueron copiadas de textos contemporáneos.

Para ampliar:

Brosius, M., 2021: A History of Ancient Persia. The Achaemenid Empire, Hoboken, Wiley Blackwell.

Stoneman, R., 2015: Xerxes: A Persian Life, New Haven, Yale University Press.

Waters, M., 2014: Ancient Persia. A Concise History of the Achaemenid Empire, 550-330 BCE, New York, Cambridge University Press.

Doctoranda por la Universidad de St Andrews, directora del proyecto «Las plumas de Simurgh» y bebedora compulsiva de té.

error: Content is protected !!