En Dignos de ser humanos (Anagrama, 2021) el historiador neerlandés Rutger Bregman pretende demostrar que la idea de la maldad intrínseca del ser humano es una falacia sin base histórica. En su obra ofrece una nueva perspectiva de la historia humana basada en la cooperación y la solidaridad.
Estocolmo, 6 de octubre de 1983. La Academia Sueca está a punto de anunciar el nuevo ganador del premio literario más importante del mundo. La expectación estaba por todo lo alto. Periodistas, lectores y editores deseaban conocer el nombre agraciado, unos para ser los primeros en dar la noticia en una época donde la inmediatez no era tan sencilla como hoy, otros para conseguir nueva lectura o un espaldarazo oficial de la crítica a las anteriores y los últimos esperando conseguir una publicación que les daría pingües beneficios. El nombre que se pronunció ese año no era ningún desconocido, al contrario, pues una de sus obras era ya un clásico. El premio Nobel se entrega a toda una carrera, pero si alguna obra destaca en la producción de William Golding es El señor de las moscas.
El jurado destacó que las obras del novelista británico reflejaban «la condición humana del mundo actual», definición con la que mucha gente aún estará de acuerdo, pues El señor de las moscas se sitúa habitualmente como una novela que refleja la cruda condición humana. Es muy probable que hayas leído la novela, pero por si acaso un breve resumen: tras un accidente aéreo un grupo de colegiales británicos de buena cuna acaban varados en una isla desierta. Al principio todo es alegría por estar en un paraíso sin las engorrosas normas sociales de los adultos. Sin embargo, como el ser humano es perverso por naturaleza aquello acaba como el rosario de la aurora: anarquía, abusos y asesinatos. Que la perversidad humana siempre sale a flote cuando desaparece el barniz de la civilización parece ser un dogma inamovible, pero ¿por qué alzamos como verdad absoluta una obra de ficción y no nos fijamos en un caso real? Porque sí, algo muy parecido a lo que cuenta la novela ocurrió de verdad, aunque el desenlace fue muy distinto.
En junio de 1965, seis muchachos de un internado de Nukualofa, la capital de Tonga, se hicieron a la mar para escapar del estricto colegio. Como era de esperar, la inexperiencia y unos malos vientos convirtieron la aventura en una pesadilla y estuvieron ocho días a la deriva hasta que recalaron en una pequeña isla deshabitada. Allí vivieron durante más de un año y, quizá te sorprendas, pero no ocurrió ninguna catástrofe. Los chicos se organizaron en una pequeña comunidad con su propio huerto, con troncos vaciados para almacenar agua de lluvia y hasta construyeron un gimnasio. Surgieron conflictos, claro, pero tenían un truco infalible: cuando dos de ellos se peleaban cada uno se iba a un extremo de la isla, tras el cabreo inicial, hablaban del tema. Finalmente fueron rescatados por unos pescadores. El capitán del barco, con buen criterio, pensó que la historia valdría para una película, pero nadie parecía estar interesado. La maldad humana vende mucho más para el cine y la televisión y eso, a la larga, construye la ideología dominante.
La negativa concepción humana
En el mundo occidental Hobbes ganó hace mucho tiempo. Gran parte de la población da por hecho que el ser humano es un animal terrible, diseñado para causar el mayor daño posible. Solo gracias a algo tan etéreo como civilización somos capaces de convivir sin matarnos los unos a los otros. Esta proyección también se hace al pasado, pues todo tiempo anterior fue violento y bárbaro, especialmente la prehistoria, época que se imagina tan brutal, machista y despiada que todos aquellos comportamientos no aceptados en nuestro tiempo se comparan con los «tiempos de las cavernas».
Cuando estudiamos la historia suele producirse un fenómeno parecido a lo que podríamos llamar «síndrome de las noticias». Diferentes equipos de investigadores llevan años alertando de lo perjudicial que es para la salud mental el hecho de estar permanentemente viendo los telediarios, pues provocan una percepción errónea de los riesgos, cuadros de ansiedad y desprecio y hostilidad frente a los demás. Estar informado de lo que ocurre a nuestro alrededor es positivo, desde luego, pero siempre hay que tener en cuenta que en las noticias siempre aparece lo extraordinario. Diversos estudios realizados en todo el mundo aseguran, por ejemplo, que en períodos de menor actividad delictiva o de llegada de inmigrantes ilegales las informaciones sobre estos sucesos aumentan de manera considerable. En historia no solemos fijarnos en los momentos estables, sino en los de cambio, por eso para mucha gente la historia se resume en guerras, revoluciones y sangre, pero nunca tienen importancia «los días en los que no pasa nada». Y es normal, lo extraordinario es lo que destaca, pero no podemos hacernos una idea de la naturaleza humana creando una línea de continuidad de matanzas. Quizá una nueva mirada sobre el pasado de la humanidad pueda ayudar a construir un futuro mejor.
Rutger Bregman es un historiador neerlandés. Es posible que te suene el nombre porque hace unos años se hizo viral (ya es difícil que un historiador lo consiga) cuando en el foro de Davos, rodeado de multimillonarios, dijo que habría que subir los impuestos de aquellos que más ganaban. Parece que le gustan los retos complicados y ahora intenta quizá uno más complejo: convencer de que esa idea de que el ser humano es malvado por naturaleza es una falacia ideológica que debe ser derribada. Bregman ha escrito un sugerente y entretenido ensayo en el que defiende sus argumentos. Dignos de ser humanos, recientemente traducido al castellano por Anagrama, discute algunas ideas generalizadas de nuestra sociedad occidental. Aunando los últimos avances en los estudios sobre prehistoria, psicología y otras ciencias rebate algunas de las concepciones imperantes sobre la naturaleza humana, al mismo tiempo que construye una visión diferente de las características físicas, mentales y sociales que originaron que el Homo Sapiens conquistara la tierra.
Una nueva concepción para una política distinta
Pensar que el ser humano es malo por naturaleza condiciona la sociedad. Desde la economía hasta la vida social. Fruto de esta idea es que, por ejemplo, sea bastante habitual que la gente piense que durante las catástrofes salga lo peor del ser humano. Se estima que durante los terremotos o las inundaciones los malvados aprovecharan para saquear vilmente, robar o asesinar. Da igual que la realidad desmonte absolutamente esos perjuicios al demostrar que cuando mayor es la desgracia más grado de solidaridad y ayuda mutua surgen, la mentalidad negativa sobre la humanidad sobrevivirá, ¿por qué? Bregman se hace este tipo de cuestiones en su obra y aborda multitud de estudios psicológicos y sociológicos sobre la cuestión para intentar dar una nueva respuesta.
Quizá la historia pueda ayudar a cambiar la concepción sobre la naturaleza humana. A veces nos olvidamos que la mayor parte de la historia humana no ha tenido nada que ver con nuestra organización social actual. Se da por hecho que la guerra y la férrea jerarquía social ha estado siempre acompañándonos, pero nada más lejos de la realidad. De hecho, ni siquiera hoy es la única organización existente. A lo largo del libro de Bregman las sociedades cazadoras-recolectoras están muy presentes. No porque el autor sea un idealista que piense que tendríamos que empezar a vivir en comunas hippies sino para resaltar que en la mayor parte de la historia de nuestra especie la cooperación y la igualdad eran la base y que, de hecho, fueron cruciales en nuestra evolución. Tampoco pretende vender la idea de que las sociedad occidentales son un infierno, pero sí que una nueva concepción humana puede ayudarnos a afrontar los retos que tenemos como especie, sobre todo el relacionado con el cambio climático. Si la concepción sobre el ser humano determina nuestra organización social, ¿qué sociedad podemos construir si pensamos que da igual lo que hagamos por mejorar porque nuestro individualismo egoísta echará todo a perder? Es una idea desmovilizadora, como la construcción de imaginarios distópicos relacionados con el futuro. Layla Martínez, autora del magnífico Utopía no es una isla (Episkaia, 2020), lleva varios años abordando esta cuestión en diferentes obras y conferencias. Un marco donde la distopía y la maldad intrínseca del ser humano es la norma provoca que la acción política pierda su fuerza. Si todos somos malvados, ¿para qué vamos a luchar por un futuro mejor?
Título: Dignos de ser humanos. Una nueva perspectiva histórica de la humanidad.
Autor: Rutger Bregman.
Traductor: Gonzalo Fernández Gómez.
Publicación: 2021 [original en neerlandés de 2019].
Editorial: Anagrama.
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