La memoria colectiva sobre la democracia ateniense resguarda las imágenes de grandes oradores, profundos filósofos y ciudadanos (que no ciudadanas) esperando a ser elegidos por sorteo para cumplir las funciones cívicas del sistema. Esta colectividad aparentemente homogénea, sin aristas, era en realidad más compleja y desigual. La Atenas democrática ─e imperialista─ del siglo v a.n.e. utilizó métodos menos abstractos para sus fines: una poderosa flota basada en las trirremes sustentaba el poder de la ciudad en un siglo convulso, y su uso político democratizó a las capas más humildes de la población, que exigieron reformas desde abajo.
El recuerdo de los persas sangraba sobre los mármoles de la Acrópolis, ahora en llamas. Desde más allá de Jonia había venido un fantasma destructor que se debía expulsar de tierras helenas. Proteger la tierra no serviría sin controlar el mar, y Atenas no estaba dispuesta a conceder sin lucha la tierra de sus abuelos; lucharían en Salamina, allí se harían fuertes. Y así fue. Cuando la ocasión llegó, dejaron pasar a la flota persa a través de un paso estrecho rodeado de acantilados, entre los cuales se escondían cientos y cientos de remeros dispuestos a contraatacar. A una orden de sus superiores, estos hombres de condición humilde aunaron sus fuerzas para morder los flancos del ejército enemigo con rabia. La estratagema funcionó, pero los atenienses sabían que vendrían más ejércitos, más conflictos. Las trirremes habían dejado de ser opcionales para sus intereses políticos, y los remeros, que eran los ciudadanos más pobres, pedirían algo a cambio de ofrecer su sacrificio en el casco de un barco.
Las trirremes en un mar de conflictos
Si de algo no podemos achacar a los antiguos griegos es de no hacer experimentos con sus formas de hacer política, y la situación concreta del siglo v a.n.e. era la consecuencia de muchísimos cambios previos que se sucedían entre tiranos y aristócratas, colonos y metropolitanos. Sea como fuere, el estallido de la Primera Guerra Médica (492-490) fue una fecha fundamental para el contexto político del siglo que acababa de empezar, y simboliza el germen de todo su desarrollo posterior. La consecuencia más visible fue la militarización del pueblo ateniense, un hecho que se utilizó desde la propaganda política con fines más allá de la defensa, y que tuvo un desenlace insospechado con respecto a la relación entre las distintas clases de la ciudad ateniense, divididas según su nivel económico (entre otros criterios). ¿Cómo pudo suceder si, según la tradición, la guerra era preocupación y oficio de la aristocracia ateniense, del sector más adinerado? ¿Qué efectos concretos tuvo el auge de la trirreme en la sociedad de su tiempo?
Una famosísima anécdota cuenta cómo Temístocles, un notorio general de Atenas, fue el gran inspirador de la creación de la flota que controlaría el Egeo durante todo el siglo. Ante los conflictos inminentes con los persas tras su encuentro en Maratón, se consultó al oráculo, que respondió que los atenienses debían defenderse con «murallas de madera». Este cabecilla, se dice, convenció al pueblo ateniense ─utilizando la usual ambigüedad de los oráculos délficos─ de que la muralla no era una referencia literal, sino que la interpretación correcta se refería a construir una gran flota. De esta manera, la guerra se llevó al mar, como demuestra la gran batalla de Salamina (aunque esto no resta importancia a otras victorias en tierra, como Platea).
La trirreme, reina de los mares
Aunque no hemos tenido acceso a cuantiosos restos, el estudio de los puertos (Atenas poseía tres, Zea, Muniquia y El Pireo), las fuentes y otras tipologías de barcos nos han permitido hacernos una idea fiel de las trirremes, hasta tal punto que se ha reconstruido una a escala original, a la que llamaron Olympias. Las dimensiones aproximadas serían de 37 metros de eslora y hasta 6 metros de manga. Conformada por varios tipos de madera, especialmente pino y abeto, e impermeabilizada con cera, disponía de una gran movilidad y alcanzaba incluso los 15 kilómetros por hora, algo que le dotaba de su principal arma: el espolón de hierro con el que embestían el lateral de las embarcaciones enemigas. Su calado era de menos de un metro, para facilitar la maniobrabilidad, al igual que su forma, no muy ancha y estilizada. La cubierta era plana, ideada para que una parte de la tripulación actuara sobre su superficie, y también como elemento de protección interior. En ella había mástiles o velas, y dos anchos remos en la popa con los que se producían los giros de la nave. Paulatinamente se fue ensanchando la cubierta y protegiendo los laterales con cuero u otras superficies que taparan la madera desnuda.
De igual forma, el reino de los mares ya no solo sería un elemento de comunicación y expansión a cuentagotas, como en la etapa de la colonización, sino un nuevo escenario en el que demostrar un poder fáctico. Tras la Segunda Guerra Médica, las alianzas militares entre ciudades con Atenas a la cabeza se sucedían, una Atenas que se erigió como protectora de los helenos frente a las amenazas externas. El tesoro no paraba de crecer y se utilizó para crear una ciudad de mármol y un ejército de madera. Los barcos recogían los tributos imperialistas que costeaban la flota a lo largo y ancho de las costas griegas mientras nuevos albores de guerra se aproximaban a finales de siglo.
Esto explica el peso de la flota del Ática en el periodo de la Pentecontecia, que es como llamamos, grosso modo, el periodo entre la Segunda Guerra Médica (480 a.n.e.; la de Leónidas) y las guerras civiles conocidas como Guerras del Peloponeso (comienzo en el 433 a.n.e.). En la defensa y en la guerra activa, en el mantenimiento del estatus prioritario entre poleis, en las comunicaciones comerciales, el mar fue protagonista, y las trirremes unas ejecutoras hábiles de los deseos de la democracia.
Ciudadanía, derechos y ejército: una relación tradicionalmente simbiótica
Las relaciones entre ciudadanos, ciudades y derechos en todos los territorios que componían la Hélade son ciertamente difíciles, ambivalentes y cambiantes. Se suceden e interrelacionan de tal manera que siempre nos encontramos un constante dinamismo en su funcionamiento. No obstante, ahora nos interesa destacar un punto relevante: conceder una ayuda a tu comunidad en forma de apoyo militar significaba una concesión social de derechos y privilegios como pago por defenderla. Esta relación se encuentra en Grecia íntimamente ligada al fenómeno del hoplitismo, un proceso de militarización de un sector de la población que comenzó en la edad arcaica, pero la analogía entre medios para la guerra y poder político es casi una constante durante la Antigüedad.
Sin embargo, en Atenas prácticamente no existía ejército permanente. A pesar de ello, sí que había una educación aristocrática bastante estable, la efebía, un entrenamiento militar que recibían los muchachos de entre dieciséis y dieciocho años. Esto componía otra expresión aristocrática, pues formaba parte del currículum educativo, y la educación siempre se encontró muy limitada cuantitativamente hablando. La conclusión más o menos evidente es que los niveles socioeconómicos determinaban las posibilidades de luchar por la polis, y viceversa. Como hacíamos referencia, ser un hoplita, en muchísimos casos, era sinónimo de ser un ateniense rico.
La politización del mar
Atenas, y en general toda Grecia, tenía una sociedad muy ligada a la tierra como medio de diferenciación y método de supervivencia desde época micénica. Sin embargo, el enorme auge de la flota ateniense convirtió a la ciudad en un poder político y militar autónomo, hecho que consiguió aumentar la influencia de las fuerzas populares. Una actividad tan polifacética como la navegación se convirtió en algo especializado, orientada a la guerra y las comunicaciones. Anteriormente no existía una creación sistemática de naves (la flota de creció de 50 trirremes a más de 300), y de pronto eran un medio para mantener un estatus político y social. La actividad naval se afirmó como dedicación propia del ciudadano de pleno derecho. Muchos investigadores han denominado este cambio de mentalidad como «politización del mar». Esta se entendía como la prolongación de la polis, entidad terrestre por antonomasia, hacia un nuevo elemento, el mar, que domesticaron, absorbieron y aprovecharon. El mar comenzó a ser visto como espacio vital.
Recapitulando, tenemos un nuevo medio de guerra que ha probado su valía y no solo ha defendido las tierras, sino que ha dotado a Atenas de una herramienta de control sobre el mar durante casi noventa años. En contraposición, los hoplitas no habían terminado de ejercer su influencia, pero tampoco eran los responsables de hacer funcionar a las trirremes, ingrediente principal del contexto general ateniense de la época. Su formación más notoria, la falange, había sido acondicionada durante décadas para luchar entre montañas, llanuras no excesivamente amplias y polvo, no sobre los mares. Entonces, ¿cómo pudo mantenerse su prevalencia social, si ahora no tenía con qué comprobar su utilidad?
Además, hemos dicho antes que los medios de guerra proferían derechos políticos. Entonces, ¿quiénes contribuían desde dentro a la movilización de la flota? Los remeros. ¿Y quiénes eran los remeros? Esencialmente, hombres pobres, aquellos que, aun siendo ciudadanos, estaban desprovistos de educación y armas. En esencia, la responsabilidad política, basada parcialmente en la logística militar, se erigía sobre nombres anónimos, ciudadanos de última clase que no podían sobrevivir sin trabajos diarios o ayudas jornaleras, personas sin apenas voz.
El tiempo de los thetes
En la Atenas del siglo v, aunque la diferenciación proviene de tiempos de Solón, los ciudadanos se dividían socialmente según su nivel económico. El grueso de remeros pertenecía al último grupo, los llamados thetes, ciudadanos que normalmente se presentaban voluntarios a cambio de un pequeño salario(aunque llegó a haber metecos y esclavos), puesto que no atesoraban riqueza ninguna. Este colectivo se encontraba constreñido ante los grandes grupos aristocráticos, y ni siquiera podían participar en el fenómeno hoplítico ni en la guerra por tierra. Sin embargo, en el momento en el que la flota se convirtió en el medio vital para el mantenimiento del estatus ateniense, se correlacionaba su acción bélica con una comprobable y ascendente relevancia social. Los thetes exigieron un pago a la urbe que iba más allá de unas dracmas: si arriesgaban sus vidas, deseaban obtener beneficios sociales y cívicos.
Su sacrificio era notable, y su responsabilidad indiscutible; fueron paulatinamente ocupando cada vez más asuntos de la polis, en conjunto con la colectividad que decidía por todos. De esta manera, los thetes, que antes sobrevivían gracias a una decisión democrática, el foros, una especie de salario diario a cambio de realizar servicios cívicos, ahora contribuían a reforzarla desde sus propios funcionamientos intestinos. Los thetes llegaron a un punto simbiótico con respecto al sistema democrático ateniense en el que, mediante su papel en las trirremes, estaban dominando el Egeo, que era el fundamento objetivo con el que se conseguía el mantenimiento de un equilibrio social entre los ciudadanos libres. Hasta tal punto llegó el equilibrio que fue Tucídides el que escribió: «Si alguien está en condiciones de prestar un servicio a la ciudad, nunca encontrará obstáculos debido a la oscuridad de su condición social, ni si quiera en caso de pobreza» (II, 37, 1; trad. Romero Cruz). Esto es una absoluta novedad del periodo.
Demografía de una flota
La fuerza motora de la trirreme era la unión de 170 remeros, dispuestos en tres alturas a cada lado de la embarcación (la posición es aún objeto de debate, pero en esencia se disponían, a cada lado, en tres filas de una treintena de remeros cada una, y una encima de otra, adaptándose al casco). Si tenemos en cuenta que en la cubierta había 30 soldados entre cargos dirigentes (incluidos los músicos que ordenaban el sentido de los remos mediante el sonido), hoplitas (llamados epibatai) y arqueros, ya eran 200 personas por barco. Atenas llegó a poseer 300 trirremes a la vez, lo que nos da un número total de 60 000 personas dedicados a la guerra marítima, una cifra nada baladí si atendemos a la absoluta mayoría de hombres pobres que se encontraban a cargo de los barcos.
El número total de thetes no es solo importante para entender el impacto, sino que justifica la elección de este grupo cívico para llenar las avariciosas barrigas de las trirremes. Eran el conjunto de ciudadanos más numeroso y que, también, al ser los más pobres, tenía menos alternativas. De nuevo una correlación trasparente: los thetes recurren a la flota para mejorar sus condiciones y la polis necesita de los thetes para sustentar su posición.
Las acciones dirigidas por los aristócratas tradicionales también se dirigieron al mar a fin de mantener sus privilegios. Las elites, tradicionalmente reacias al mundo marítimo, se adaptaron al cambio consolidando el dominio del Egeo y el imperialismo naval. El mayor ejemplo de estas aspiraciones la constatamos en la mayor alianza militar del periodo ateniense, la Liga de Delos. Aunque se partía de una división de influencias, Atenas fue dominando el acuerdo paulatinamente mediante la flota (por ejemplo: su voto en la «dirección» valía el 50%, mientras el resto de componentes, que no eran precisamente pocos, se dividía el resto). Aunque ese desarrollo histórico se nos escapa de la temática, podemos resumir que el control sobre la Liga de Delos contribuyó, con mucho, a la pujante economía de Atenas, condición indispensable de la expansión militar.
Esta redirección de las aristocracias fue una medida decisiva en la defensa de su estatus. La situación de los thetes no supuso una ruptura traumática en las escalas de poder verticales, es decir, que los thetes no suplantaron a los aristócratas, que mantenían su dinero e influencia. No existió un cuestionamiento integral del sistema, solo unas modificaciones en un sistema político que estaba por pulirse; cuando, tras las Guerras del Peloponeso, la democracia y el ejército cambiaron drásticamente en sus necesidades y beneficios, lo mismo hicieron los thetes, poco agradecidos por una entidad política que ya no precisaba de igual forma sus servicios. En Grecia persistió inmanente un carácter aristocrático (que se plasma en Temístocles o Pericles), si bien sus miembros no toman las decisiones directamente, aprovechan su coyuntura de privilegiados para participar «a mayor escala» en la política e influir de manera relevante en las decisiones del demos. El movimiento democrático y la apertura social del siglo v a.n.e. estuvo dentro de unos límites que establecieron los aristócratas con su influencia sobre el pueblo y sus contribuciones
Una revolución sin revolución
La Atenas clásica, y en general toda la Hélade, es una historia de relaciones entre colectividades. No se puede comprender la sociedad ateniense clásica sin entrar en términos de guerra y paz, de democracia intramuros y alianzas militares que terminan en proyectos extravagantes. Pero mientras los grandes oradores se encontraban proyectando la voz y sus discursos, personas ignoradas por el tiempo iban construyendo medios materiales que conceptualizaban, en el mundo real, las ideas políticas que se habían formado en la ciudad. A través de una embarcación, de un desarrollo tecnológico al fin y al cabo, podemos rastrear cómo cambió todo un sector ciudadano. La cultura material, junto con el estudio de sus ideologías coetáneas, pueden ilustrar los cambios que se fueron sucediendo, como la ya nombrada expansión territorial o la implicación democrática de sectores pobres (siempre, no obstante, muy limitada según las categorías sociales y roles sexuales de la comunidad).
De manera recurrente se olvida mencionar a los thetes y a sus embarcaciones como factores fundamentales para el correcto entendimiento de la famosa democracia ateniense, pero fueron vitales en su estructuración. Las trirremes demostraron la fuerza en los mares, y fue la idea democrática, primero de defensa y luego de superioridad, la que la ejecutó. Fue la exigencia de los thetes de que, si iban a jugarse la vida, necesariamente se necesitaban cambios. Incluso así, no existe la manera de esquivar el devenir histórico, y cuando las condiciones que enaltecieron a las clases pobres en la vida política desaparecieron, también lo hicieron sus beneficios y victorias.
Para ampliar:
Barceló, Pedro, y Hernández de la Fuente, David, 2014: Historia del pensamiento político griego. Teoría y Praxis, Madrid, Trotta.
Coates, John y Morrison, John, 1986: The athenian trirreme. The history and reconstruction of an ancient Greek warship. Cambrindge, Cambridge University Press.
Plácido, Domingo, 1997: La sociedad ateniense. La evolución social en Atenas durante la guerra del Peloponeso, Barcelona, Crítica.
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