«¡Guárdense nuestros fueros y libertades!». La guerra de sucesión española en el reino de Aragón
La guerra de sucesión española fue un fenómeno complejo, un conflicto dinástico, civil e internacional de enormes dimensiones. El reino de Aragón se convirtió en escenario y actor de aquella guerra, clave en la configuración de la monarquía española.
Era un 27 de diciembre de 1705 en Zaragoza. Bajo un arco de tapial, llamado Puerta del Portillo, contiguo a la iglesia del mismo nombre, cruzan tropas francesas. Es un regimiento del rey Luis XIV, rey de Francia y Navarra, el conocido como «rey Sol». A su cabeza, el mariscal Tessé, de 57 años. Apenas han pasado los dos primeros batallones cuando, de repente, las puertas del Portillo se cierran de golpe. Al unísono se escuchan gritos de «¡Guárdense nuestros fueros y libertades!» mientras varios paisanos atacan a los soldados. Era un motín antifrancés, antiborbónico y en favor del pretendiente al trono de España, el archiduque Carlos de Austria.
La capital del todavía reino de Aragón entraba, de esta forma, en la guerra de sucesión española. Si bien ese motín fue controlado fue la chispa bélica. Hacía cinco años que el último Habsburgo español, Carlos II, había fallecido, dejando un testamento que hizo saltar por los aires a Europa en una guerra como no se veía desde la de los Treinta Años (1618-1648) y que no volvería a repetirse, en tal magnitud, hasta el inicio de las guerras revolucionarias a partir de 1792.
Y es que, la guerra de sucesión española asoló Europa y, en concreto, la España peninsular entre 1701 y 1714, si bien hay que matizar estas fechas y escenarios bélicos. La guerra también tuvo algún episodio en la América española, con combates navales e incluso una conspiración austracista en Caracas, la cual fue desarticulada. El último reducto austracista en España no fue Barcelona, como a veces suele pensarse, sino Mallorca, que fue tomada por las tropas borbónicas en 1715. Tampoco ese año acabó la guerra oficialmente. Si bien en 1713-1714 se firmaron los Tratados de Utrecht y Rasttat entre varias de las potencias beligerantes, los austracistas españoles aún resistieron en solitario y Carlos de Austria no firmó la paz con Felipe de Borbón hasta el Tratado de Viena de 1725, cuando el primero renunció definitivamente a sus aspiraciones al trono español. Además, entre 1717 y 1720 tuvo lugar una nueva guerra europea que enfrentó ─entre otros─ a Felipe V de Borbón con Carlos de Austria. En ese marco, en algunas zonas de Cataluña tuvo lugar la rebelión de Carrasclet, de tintes austracistas y foralistas. Eran los últimos rescoldos de la guerra.
La guerra de sucesión implicó a numerosos actores, movilizó a cientos de miles de hombres y causó los habituales desastres de la guerra, finalizando con un reordenamiento geopolítico y con Felipe V de Borbón asentado en el trono de España e Indias, si bien con pérdida de posesiones italianas y flamencas, así como Menorca y Gibraltar.
Fue una guerra dinástica, internacional y civil. Como todo conflicto de este tipo, los apoyos a ambos bandos fueron transversales, aunque habitualmente se ha señalado a los territorios de la Corona de Aragón como austracistas ─partidarios del archiduque Carlos o Carlos III de España, a partir de 1711 emperador Carlos VI del Sacro Imperio Romano Germánico─ y a los de la Corona de Castilla y Navarra como borbónicos ─partidarios de Felipe de Anjou o Felipe V de Borbón, nieto de Luis XIV, rey de Francia─. Sin embargo, como en cualquier conflicto civil, en los territorios castellanos hubo austracistas y en los aragoneses, catalanes y valencianos también hubo borbónicos.
¿Foralismo austracista vs centralismo borbónico?
Muchas veces se ha querido ver la guerra de sucesión como un combate entre dos modelos de estado y los Decretos de Nueva Planta como algo inevitable. Pero nada de ello estaba claro en 1700. De hecho, entre 1700 y 1702, cuando comenzaron las batallas, Felipe V se dedicó a recorrer sus nuevos dominios, reuniendo Cortes y jurando fueros y constituciones particulares. Las «últimas» Cortes del reino de Aragón fueron clausuradas por la reina María Luisa de Saboya el 16 de junio de 1702. Por otro lado, tampoco sabemos cuál habría sido la evolución de la Monarquía en el caso de vencer el Habsburgo. Los Fueros entraron en el campo de la batalla política a partir de 1707, cuando, tras Almansa, Felipe V abolió los de Aragón y Valencia como castigo.
El inicio de la guerra
Carlos II falleció el 1 de noviembre de 1700. A pesar de la imagen que se suele tener de él, su reinado, caracterizado por reformas de distinta índole, no fue un desastre. Aunque quizá, su mayor proeza fuera sobrevivir tantos años con su delicada salud, para asombro de todas las cortes europeas que veían a la Monarquía Hispánica casi como un cadáver que despojar. La decisión final de Carlos II fue dejar como heredero de los múltiples territorios de los que era soberano, su patrimonio, a Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV de Borbón, que parecía el todopoderoso árbitro de Europa. Creía que, de esta forma, mantendría la integridad de una monarquía católica que se extendía desde Manila a Nápoles, desde Cádiz a Bruselas, desde Veracruz a Barcelona.
Sin embargo, el resto de potencias europeas no lo vieron así. La monarquía inglesa, la portuguesa, las Provincias Unidas, el duque de Saboya y, por supuesto, la Casa de Austria (que tenía la dignidad imperial del Sacro Imperio) no estaban dispuestas a aceptar la conformación de un bloque político borbónico que gobernase los amplios dominios de Francia y España que, recordemos, no eran solo los territorios europeos sino un vasto imperio americano. Para ello conformaron una alianza entre 1701 y 1703, a la que intentaron atraer a los austracistas españoles, cosa que lograron a partir de 1704.
Una de las primeras grandes batallas de la guerra se dio en Luzzara, al norte de Italia en 1702. En 1704 la guerra llegó a España. En agosto cayó Gibraltar, un año después, en 1705, Barcelona y, en 1706 tropas portuguesas e inglesas entraban en Madrid, si bien por breve espacio de tiempo.
La alianza antiborbónica y los austracistas españoles se hicieron fuertes en Cataluña, que fue tomada como base de operaciones. Le siguieron los reinos de Aragón y Valencia, hasta que la batalla de Almansa, en abril de 1707, se saldó con victoria borbónica. Aún hubo un último cambio de tornas en 1710, con Zaragoza, Brihuega y Villaviciosa como escenarios bélicos. El resto de los años de guerra ya fueron una resistencia austracista a la desesperada mientras las distintas potencias europeas negociaban tratados de paz lejos de los campos de batalla peninsulares.
Aquella larga guerra llegó a movilizar 1 360 000 soldados en todos los frentes, provocó centenares de miles de bajas, y acabó con unos 25 000 austracistas en el exilio. Esos fueron algunos de los desastres de la guerra.
Del motín de 1705 a la batalla de Zaragoza de 1710
Todos los vaivenes militares y políticos que se sucedieron entre 1700 y 1715 se vieron reflejados en el caso concreto de Aragón, que fue escenario y actor de la guerra de sucesión española. Comenzó con unas Cortes aragonesas en las que se reconoció a Felipe V de Borbón como rey, se dividió en una guerra civil, reconoció a Carlos III de Austria como rey, vivió escaramuzas y batallas, y acabó sufriendo las consecuencias de la guerra, desapareciendo como ente político con los Decretos de la Nueva Planta. Todo esto fue muy bien investigado por María Berta Pérez en su libro Aragón durante la Guerra de Sucesión, el cual se publicó coincidiendo con el tercer centenario de la batalla de Zaragoza de 1710.
En 1700, Aragón seguía siendo un reino con sus propias instituciones y con su régimen foral. Inicialmente, no hubo muestras de hostilidad hacia el nuevo rey Felipe V. Todo eso cambió con el paso de los años y así, en 1705, Aragón quedó dividido en austracistas y borbónicos. Un reino en guerra civil.
Los estudios existentes señalan distintas causas para explicar por qué una parte de los aragoneses se alzaron en armas contra Felipe de Anjou y reconocieron al archiduque Carlos como rey. En primer lugar, una hostilidad hacia los castellanos, enemigos políticos, y hacia los franceses, enemigos económicos. Respecto a este punto, el conde de Robres había señalado que «aunque todos los españoles universalmente enemigos de los franceses […] con todo no era igual en todos la aversión [en referencia a los aragoneses]». Por otra parte, no hay que despreciar la intensa la labor de propaganda antiborbónica y proaustracista del conde de Cifuentes, que gozó de gran popularidad entre los aragoneses. El 10 de agosto de 1705 desde Altea, el príncipe Darmastadt escribió dos cartas al reino de Aragón, una a los diputados y otra al conde de Berbedel. En ellas intentaba captar la voluntad de los aragoneses para la causa del archiduque Carlos utilizando la francofobia: «La violencia francesa, que olvidando las leyes divinas y humanas impuso al Nobilísimo Reyno de Aragón la triste esclavitud […] No me dilato en las razones que obligan a V. S. S. de unirse con Valencia y Cataluña, y aclamar sin dilación a su legítimo Rey y Señor».
Por último, el gran factor que determinó el austracismo de parte de Aragón en 1705 fue el propio desarrollo de la guerra: los avances aliados que amenazaban el reino, prácticamente indefenso, desde Cataluña y Valencia. Lo cierto es que resultaba difícil la resistencia al avance aliado en 1706 pues, entre la Cataluña austracista y Aragón, las plazas de Lérida, Monzón y Alcañiz disponían de escasos medios y efectivos para resistir.
Don Fernando Meneses de Silva, conde de Cifuentes, recorrió Aragón durante 1705 alborotando a las gentes en contra de Felipe V. Su recorrido y actuaciones están bien documentados. A comienzos de 1705 se encontraba en Teruel, poco después en Zaragoza donde fue cercado en un convento por orden del arzobispo, pero logró huir a Alcañiz, y luego a Teruel. En Zaragoza el conde gozaba de gran popularidad entre los labradores del barrio de San Pablo y la Magdalena, y el dominico fray Diego de Arguilés era un fiel colaborador.
El activismo del conde de Cifuentes, según señala Mª Berta Pérez Álvarez, estaba de acuerdo con las más modernas formas de agitación: correspondencia, pasquines, carteles… Este intrigante personaje, que en 1706 se acabó incorporando a la corte de Carlos III, fue popular entre labradores, artesanos, infanzones y clérigos.
Otros motivos para explicar el austracismo en Aragón fueron los donativos que exigió Felipe V en 1705, la sustitución del virrey o el malestar que causó el paso de las tropas castellano-francesas borbónicas sin autorización expresa de las Cortes de Aragón, lo que suponía un contrafuero. Aunque lo cierto es que lo mismo ocurrió con las tropas del archiduque Carlos.
La defensa de los Fueros de Aragón no se puede considerar un argumento para explicar el austracismo aragonés. Como ha señalado Gregorio Colás en la ruptura en dos de Aragón en 1705, a favor de Felipe V y del archiduque Carlos, no hay apuesta política alguna, sino simplemente dinástica. Tanto los aragoneses que defendían las pretensiones del Anjou como quienes defendían las del Habsburgo eran defensores del constitucionalismo aragonés. Aunque sí había preocupación por el mantenimiento de los Fueros y bien es cierto que, a raíz de los Decretos de Nueva Planta de 1707, el Archiduque pudo presentarse como defensor de la foralidad frente a la felonía de Felipe V.
Así las cosas, a fines de 1705 y comienzos de 1706, conforme iban llegando noticias de los avances aliados, se produjeron diversos motines en Aragón: Huesca, Daroca, Calatayud… y Zaragoza, como comentábamos al principio del artículo.
Realmente, estos motines no trajeron mayores consecuencias, y fueron más en defensa de los fueros y contra los franceses que a favor del archiduque Carlos. Los jurados de la ciudad de Zaragoza, por ejemplo, en seguida lamentaron lo ocurrido y dieron muestras de fidelidad a Felipe V. Pero estos levantamientos iban a ser interpretados por muchos borbónicos como deslealtad al rey, como ya avisó el consistorio turiasonense a los jurados zaragozanos: «Los demás Reynos pondrán a los aragoneses en el catálogo de la rebeldía […] sin hacer memoria de su inalterable fidelidad».
Pero cuando de verdad los austracistas aragoneses salieron a la luz, bien por convicción, bien por el temor a los aliados que se acercaban, fue en el verano de 1706. El fracaso de Felipe de Borbón ante Barcelona supuso un desplome del frente borbónico. El 10 de junio el consistorio zaragozano hacía referencia a la aparición de pasquines subversivos en los que se decía que Felipe de Anjou no era el legítimo heredero. Ante esto, el arzobispo de Zaragoza dictó la excomunión para quién creyese tal cosa. El 19 de junio, el Archiduque dirigió una proclama a los aragoneses apelando a su fidelidad y prometiendo la conservación de sus fueros y privilegios.
Finalmente, se salió de este estado de incertidumbre el 26 de junio de 1706 cuando se promovió una importante alteración popular en Zaragoza. Los jurados de la ciudad armaron milicias para mantener el orden, pero estas, al mando del jurado en cap Esteban Esmir y Casanate, el conde de Sástago y el marqués de Coscojuela, aclamaron al archiduque Carlos como rey de Aragón. En la proclamación del Archiduque como rey, el 27 de junio de 1706 en Zaragoza, el manifiesto que se leyó hacía referencia al mantenimiento de los Fueros por el nuevo rey. Así, el 15 de julio de 1706 Carlos III entraba por primera vez en Zaragoza, siendo jurado rey de Aragón el día 18. El nuevo rey nombró gobernador de Aragón a don Antonio Luzán y a don Antonio Gavín, Justicia de Aragón. Mientras tanto, en Jaca se constituyó un consejo de resistencia borbónica.
Parte de la nobleza aragonesa se mantuvo fiel a Felipe V, pero otros se decantaron por Carlos de Austria, como fueron el conde de Sástago, el conde de Aranda, el conde de Fuentes, el marqués de Coscojuela, el marqués de Castro Pinos, el marqués de Boil, el marqués de Villafranca o más tarde el conde de Luna y el duque de Híjar que cambiaran de bando. La nobleza de nueva creación, como los marqueses de Lazán o los condes de Bureta, apoyaron al Borbón mientras que las viejas casas nobles fueron favorables al Archiduque. La baja nobleza y los oficiales del reino se encontraron también divididos, pero mayoritariamente fueron fieles a Felipe V.
Una nobleza dividida: nobles aragoneses austracistas
Don Cristóbal de Córdoba y Aragón, IX conde de Sástago animó a la rebeldía contra Felipe V, gozaba de gran popularidad, y el 26 de junio de 1706 actúo de alférez en la proclamación de Carlos III en la lonja de Zaragoza. Acabó acompañando a Carlos III a Alemania en 1711. Don Bartolomé Isidro de Moncayo y Palafox, marqués de Coscojuela fue designado en 1706 miembro de la Junta de Guerra y Pacificación formada para reprimir a los borbónicos. El conde de Fuentes fue nombrado coronel de un regimiento por Carlos III, y Felipe V confiscó sus bienes.
Al igual que la nobleza, el clero se hallaba dividido. Mientras que las altas dignidades eclesiásticas se decantaban por el Borbón, como por ejemplo el arzobispo de Zaragoza, don Antonio Ibáñez de la Riva; el bajo clero, párrocos y frailes, era mayoritariamente austracistas. Muchos consideraban las órdenes religiosas como focos de austracismo. Melchor de Macanaz señalaba que «las raíces y fermentos de la sedición y la rebelión de este Reyno han sido frailes y clérigos, y muy principalmente los curas de los pueblos». Así lo confirma también un Real Decreto de 13 de febrero de 1712 que ordenaba el destierro de varios clérigos zaragozanos como Domingo Gayanes, Manuel Gazo, José Roncal, Pedro Muniesa…
El «pueblo» (labradores y artesanos) apoyó mayoritariamente a Carlos III. Así lo señala por ejemplo el conde de Robles, diciendo que el campesinado fue el principal apoyo de Carlos de Austria. En 1705 el gremio de labradores y artesanos de Zaragoza protegía al conde de Cifuentes, perseguido por las autoridades borbónicas. En la ciudad de Zaragoza que, dependiendo de los vaivenes bélicos, cambió cuatro veces de bando, las parroquias de San Pablo, San Miguel y la Magdalena eran claramente austracistas. Sobre la capital del reino el arzobispo Ibáñez de la Riva llegó a escribir «Zaragoza estaba llena de traidores».
La dimensión de guerra civil también se observó en el resto de las poblaciones del reino. Algunas ciudades y villas como Jaca, Tarazona, Borja, Fraga, Híjar, Aínsa, Tauste, Uncastillo, Sos… fueron siempre fieles a Felipe V. Otros lugares, como Benasque, Teruel, o Daroca fueron fieles a Carlos III. Pero, en general, que una villa o pueblo fuese de un bando u otro dependió muchas veces más de los ejércitos que de los habitantes.
El punto álgido de la guerra de sucesión en Aragón fue la batalla de Zaragoza o de Torrero. Tuvo lugar el 20 de agosto de 1710, en el contexto de una gran ofensiva austracista desde Cataluña. Esta se lanzó cuando las tropas de Luis XIV abandonaron a Felipe V. El Borbón había acampado con su ejército de 20 000 hombres, mandado por el marqués de Bay, en Zaragoza, alojándose él en el convento de San Lázaro. Su intención era frenar el avance del Archiduque hacia Madrid. El ejército aliado que se le enfrentó estaba comandado por el austríaco von Starhemberg y el inglés Stanhope y compuesto por 23 000 hombres.
El marqués de Bay situó a sus tropas en un arco que iba desde los montes de Torrero hasta el actual barrio zaragozano de las Fuentes, junto al Ebro. La batalla se inició a las ocho de la mañana con un duelo artillero de 75 piezas que duró cuatro horas. Tras esto, las tropas austracistas sobrepasaron a las borbónicas por su centro y derecha. A primera hora de la tarde, Felipe V y sus tropas se hallaban en retirada, dejando tras de sí unas 3000 bajas y 4000 prisioneros. Carlos III no persiguió al derrotado Felipe V, perdiendo así la posibilidad de destruir su ejército.
Aunque consiguió entrar poco después en Madrid, la guerra daría un vuelco definitivo por dos batallas y una muerte lejos de España. Felipe V consiguió reorganizar sus fuerzas y, en el invierno de 1710, obligó a una retirada a los austracistas, quienes fueron derrotados en Brihuega y Villaviciosa. Los borbónicos tomaron el control de Aragón y arrinconaron a los partidarios del archiduque en Cataluña. En 1711, a la muerte de José I, el Archiduque se coinvirtió en emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Eso cambiaba radicalmente el escenario geopolítico europeo. El equilibrio europeo no se podía sostener ni con un férreo bloque borbónico Francia-España con todas sus posesiones ni con una reedición del imperio territorial Habsburgo España-Sacro Imperio. Los aliados se aprestaron a negociar la paz y Carlos de Austria abandonó España. Felipe V ganó la guerra de sucesión española. Con ello, los Decretos de Nueva Planta finiquitaron el reino de Aragón como entidad política, aunque pervivieron algunas cuestiones forales en lo civil. La nueva dinastía continuó reformas que venían de la época de Carlos II e implementó unas nuevas. La configuración de la Monarquía cambió y se adaptó al siglo xviii.
La opinión pública británica
En Inglaterra se veló por el equilibro europeo pues cualquier gran potencia en el continente podía perjudicar sus intereses. Pero la participación inglesa en la guerra de sucesión española hubo de contar con el apoyo de una naciente opinión pública en un contexto de monarquía parlamentaria. A este respecto, son recomendables dos monografías sobre el tema, para quien quiera saber más: La guerra de sucesión española y la opinión pública hispano-británica, obra colectiva de varios autores e Imagen y propaganda política en la Guerra de Sucesión española: Daniel Defoe al servicio del gobierno de Ana Estuardo de Rosa María López Campillo.
Para ampliar:
Albareda Salvadó, Joaquín, 2010: La Guerra de Sucesión de España (1700-1714), Barcelona, Crítica.
García González, Francisco (coord.), 2009: La Guerra de Sucesión en España y la batalla de Almansa. Europa en la encrucijada, Madrid, Sílex.
Pérez Álvarez, María Berta, 2010: Aragón durante la Guerra de Sucesión, Zaragoza, Institución Fernando el Católico.